2008

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Cuando el caballito subía se podía tocar el techo. Los más pequeños solo palpaban aire por mucho que estirasen la mano. El niño, en cambio, estaba seguro de que había crecido lo suficiente.

 —¿Tienes dinero? —le preguntó a Alba.

Tenía unos cuantos peniques. Su madre se los había puesto en la palma de la mano esa tarde, antes de que saliera. Estaba segura de que podría pagar al menos tres viajes en el carrusel.

—Tengo un poco —sopesó, contando las monedas.

—¿Podrías prestarme treinta peniques? Es una buena inversión, lo prometo —Se puso la mano sobre el corazón, añadiéndole solemnidad a sus palabras.

La niña se los tendió. El chico lo agradeció con una sonrisa y los colocó sobre el mostrador de la taquilla. En el tramo siguiente, él encabezaba la línea de caballos con el rojo, que tenía la pintura ligeramente desconchada, y acariciaba orgulloso el techo del carrusel. Alba iba en el caballo rosa, saludando con la mano a los observadores. Les costó noventa peniques realizar los viajes que querían en el carrusel de caballos. Incluso la cadencia tintineante de la música incitaba a no bajarse.

El niño se inclinó en el suelo antes de salir. Cuando subió la mano, lo hizo sosteniendo un trozo de cartón.

Premio sorpresa —leyó—. Se le debe de haber caído a alguien. Recoger en la caseta de premios. ¡Vamos!

—Pero…

Iba a decir que tenía que volver con su hermana. Ya era tarde, y estaría preocupada, pero no le pasaría nada por esperarla un rato, ¿verdad? No se encontraban tíckets para premios sorpresa todos los días.

—Vamos —resolvió.

Acercarse a la caseta de los premios con un tícket en la mano era casi una recompensa en sí. El niño le daba vueltas en los dedos, ansioso, y se preguntaba qué regalo se llevaría ese día a casa.

—Es un gorro —observó Alba, viendo el objeto peludo que le extendió el chico del mostrador.

No era solo una prenda para el frío, sino que estaba forrada de pelo falso y tenía dos orejas que simulaban las de un oso. El niño se lo puso en la cabeza con los ojos brillantes de incredulidad. Ni siquiera le dolió dejar atrás a todos los otros juguetes que reposaban sobre las estanterías de la caseta. Parecía que la noria había estado escuchando sus deseos.

Estrellas y luces de carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora