Había cuatro coches vacíos, con una bandera diferente estampada sobre cada uno.
—El de Bélgica —propuso Toby—. Es un gran país. Con una gran bandera. Nos hará ganar esta guerra.
A ella no le importaba. Se montó en el vehículo e introdujo cincuenta peniques. Al localizar los frenos se dio cuenta de un detalle crucial.
—Toby, esta es la bandera de Alemania. No la de Bélgica.
——¡No! —exclamó él, mientras la controladora de las máquinas subía las vallas que cubrían el área de los coches y los ponía en marcha—. ¡Alemania perdió las guerras! ¡No!
—Tú déjame el volante y todo saldrá bien.
Resultó que a Alba se le daban terriblemente bien los coches de choque. Era innegable que se estampaba contra más cosas de las estrictamente necesarias, pero en eso consistía. Se chocaron contra banderas de todo tipo de países. Europeos, africanos, asiáticos, americanos. Especialmente con el coche de Nueva Zelanda. Era un conductor temerario.
—¿Cree que la victoria está próxima, comandante Alba? —le preguntó Toby seriamente mientras pisaba los pedales.
—Por supuesto. Sé que ganaremos tanto como sé que somos alemanes.
Allí, en el centro de la pista de coches de choque, tuvo la sensación de que no había nada detrás de las puertas decoradas con luces. La mitad de Lancaster dormía y la otra mitad estaba allí, congregada en una feria que olía a azúcar y bombillos fundidos, saludando a Alba y a Toby con la mano.
—¡No es justo! —protestó Alba cuando el coche que compartía con Toby se detuvo.
Abandonaron la pista desequilibrados y cegados por los focos. Les llevó un poco más de lo normal atravesar la feria con paso renqueante, hasta que llegaron a la puerta y Toby la sujetó de la muñeca.
—Las doce en punto —le susurró, mostrándole su reloj—. Feliz cumpleaños.
La luna no se cubría esa noche con los picos de las torres. Estaba menguada, la forma que las brujas preferían para sentarse después de un largo viaje en escoba, o al menos eso le había dicho Bajnok. Era un concepto extraño. Ningún ser humano, con magia o no, lo tenía fácil para sentarse en la luna.
Pero recordó que se había puesto de pie en el punto más alto de una noria oxidada y chirriante, una noria que parecía a punto de desplomarse y ante la que los niños pedían deseos.
—Gracias —le dijo a Toby en voz baja.
Él no supo que había algo más detrás de aquella palabra que una simple respuesta.
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Estrellas y luces de caramelo
RomancePara Alba, mi hermanita perdida :3 En una ciudad inglesa marcada por el paso de las brujas, se dice que la línea que separa la realidad de la magia es tan frágil como un hilo a punto de romperse. Algunos deseos se hacen realidad, y otros esperan esc...