2008

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El niño estrechó el gorro entre sus brazos.

—Esos noventa peniques son los que mejor hemos invertido en nuestras vidas —aseguró.

—En realidad tú eres el único que ha ganado algo —le recriminó Alba, pero era incapaz de molestarse con alguien que parecía tan feliz con un gorrito con orejas de oso.

—No, no. Pero debo devolvértelo —Se detuvo a pensar un instante—. ¡Ya sé! Mi tío trabaja en una pastelería. Te cocinaré el pastel que quieras. Y cuando quieras —Su rostro desembocó en una expresión de asombro—. Espera. Mañana vuelvo a Sussex…

Alba se sorprendió a sí misma encontrándose repentinamente decepcionada. Aquel niño le caía bien. Había pensado que podrían ser amigos. 

—Pero puedo llevarte una tarta mañana. De verdad. Antes de irme.

Había malinterpretado su gesto triste. A Alba no le preocupaba la tarta. En realidad, tan solo le apenaba el hecho por no volver a ver a ese niño nunca más.

— ¡Alba! —la abordó su hermana—. ¡Te he buscado por todas partes! Mamá dice que tenemos que volver ahora.

—Lo siento, ahora voy —se disculpó, mirando de reojo a su nuevo amigo.

Él se despidió levemente con la mano, con una sonrisa.

—Te buscaré mañana —le dijo el niño antes de que su hermana tirase tanto de ella que ya no pudo escuchar el resto—. Me llamo…

No entendió bien su nombre. Le pareció que tenía cara de llamarse Adam, así que lo llamó así en su mente mientras esperaba en el umbral de su puerta al amanecer.

Alba no visitó la feria en muchos años. Los bombillos se repusieron, algunas atracciones se arreglaron y otras se mantuvieron avecinando un desplome inminente. La nieve blanca, impropia de marzo, se marchitó.

Al día siguiente, Alba no recibió la tarta. A las nueve de la noche desistió por completo de reencontrarse con el niño del pelo de algodón de azúcar.

Pero el destino era más paciente, y se aseguró de cumplir sus promesas.

Estrellas y luces de carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora