Capítulo 3. Nueva York.

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Después de siete largas horas de vuelo, había llegado a Nueva York.
Tomé un taxi que me llevaría a casa de una vieja amiga de mamá, me hospedaría ahí mientras encontraba un lugar para quedarme y un trabajo para pagarlo.

En camino a la casa, miraba por la ventana del taxi. Dios, esta ciudad es maravillosa, pensé. Tan colorida y llena de vida.
Llegamos, baje del auto y vi una casa enorme frente a mis ojos. Parecía una mansión.
Estupefacta toqué el timbre. Al minuto una señora regordeta salió y me abrazó. Al parecer era la sirvienta de la casa.

-Ay niña, te estaba esperando.- dijo con una enorme sonrisa.
-Soy Alice.

-Hola, yo soy... amm Miranda.

-¿Miranda? La señora Charlotte dijo que te llamas Arantza. Se debió equivocar.

-Eh, si.- si iba a estar en una nueva ciudad, tenía que empezar de nuevo. Lo primero fue cambiar mi nombre. Para mi Arantza murió y los sentimientos que tenía murieron con ella.
Sería una nueva chica aquí, ya no seria la dulce y cariñosa Aranzta.
Soy Miranda Scandar y no me importa nada.

-Oh! Pasa, pasa. Te enseñare tu habitación.

-Gracias.- contesté con una amable sonrisa.

Por dentro la casa se veía mucho más grande. ¿Qué acaso aquí viven 100 personas? Eran demasiadas habitaciones para solo una pareja, pues Charlotte no tenía hijos.
Aún así, era una hermosa casa. Era algo rústica pero a la vez lujosa. Tenía unas paredes color crema y algunos muebles un poco antiguos hechos de madera.
La sala principal poseía de unos elegantes sillones color beige que combinaban con las paredes y en el medio había una pequeña mesa de cristal con un adorno en el centro de esta.

Alice me llevó a mi habitación ubicada en la parte superior. Por suerte, mi habitación era una de las primeras al subir las escaleras.
Entramos y quede fascinada.
Era enorme. Al entrar habían unos pequeños sillones y al rededor de estos habían muebles llenos de bellísimos zapatos.
De lado izquierdo estaba una cama matrimonial y a lado de esta un pequeño mueble con una lámpara encima. De lado derecho de la cama habían grandes puertas, lo que supuse era mi armario. De lado izquierdo de la cama reposaba un tocador con un gran espejo. Y a lado de este se encontraba una puerta, el baño.
Este cuarto era un sueño. Recuerdo que de pequeña les exigía uno así a mis padres.
¡Mis padres! Tenía que haberles llamado en cuanto llegué. Me mataran.

-¿Le gusta su cuarto, señorita Scandar?- preguntó Alice.

-¡Me encanta!- contesté fascinada.
-Y Alice, llámame Miranda.

-Claro Miranda. La dejo para que guarde sus cosas.

(***)

-¿Llegaste bien?

-Si mamá, estoy bien.- le decía a mi madre por teléfono.
-Ya debo irme, estoy muy cansada. Te quiero y dile a papá que también lo quiero.

-También te queremos mi niña. Adiós.

Y colgué.
Debía ir a dormir, mañana sería un largo día.

Quien solía ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora