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Zack.

—¿Cuánto van a tardar las botellas? —Preguntó el hombre de ojos azules, con un gran bigote perfectamente recortado a la altura de su labio superior que hacía danzar los bellos en cada risotada.

Todos comenzaron a especular cosas y maldecir otras tantas mientras el salón ya se difuminaba en el humo gris de los cigarrillos que se posaban en la mano de cada hombre en esta habitación.

Las cenizas caían como si fueran gotas una tras otra en cada cenicero que iba llenándose conforme avanzaba la reunión.

Las voces masculinas, llenas de malas palabras, deseos denigrantes a cualquier mujer que pudiera oírlos y risas ensordecedoras le daban un aspecto de casino a toda esta junta innecesaria.

Esto no se trataba de una conmemoración al mejor policía u oficial del mes.

Esto no era una junta de política donde se tratarían temas sobre la campaña y los futuros planes para llevar acabo lo prometido a toda esa gente que creía en nosotros; no, esto era un mal chiste, una grosería hacia toda esa gente que tenía puesta su fe en este gobierno.

No éramos más que unos payasos expulsando humo por la boca cuál trenes, hablando de cosas sin sentido e irrelevantes que ponía en duda nuestra inteligencia y nuestra moral.

—¿Por qué tardan tanto? —Aflojé la corbata enredada a mi cuello, dejando un espacio libre para que el aire pudiera fluirme mejor. —Mierda, necesito un trago.

Nadie pareció escucharme, pues sus risas y plática seguían sin interrupciones.

Me levanté de la silla, sin soportar un minuto más aquí. Antes de que pudiera esquivar las sillas que me acorralaban a los costados, la puerta se abrió, dejando pasar a dos chefs: Alec y Camila.

Los hombres balbucearon un par de cosas sobre estar esperando la comida y otra sarta de cosas a las que no presté importancia.

Mi saco ya se hacía sobre el respaldo de la silla, no toleraba tenerlo por más tiempo puesto inmovilizándome los brazos. Con las mangas arremangadas a la altura de mis codos, volví a tomar asiento.

Mientras Camila recogía los ceniceros, Alec, iba a dejando los platos de comida y aguantando uno que otro insulto denigrantes sobre lo que implicaba ser hombre y trabajar en la cocina. Sus comentarios fuera de lugar, sin una pisca de conocimiento, me alentaban a levantarme de esta silla y salir corriendo. « ¿A caso no recordaban que los hombres son quien lideran la alta cocina?»

Alec, llegó a mi lugar y dejó una porción de comida sobre mi plato de porcelana.

Todo se veía realmente delicioso.

Tenía una gran vista y por las habilidades de mi amigo, no dudaría que también tuviera un excelente sabor.

—Me alegra que llegaras —susurré, solo para que Alec pudiera escucharme, mientras servía en los platos la porción correspondiente.

—No por mucho tiempo —Respondió sin quitar la mirada de lo que estaba haciendo. —Vas a odiarme después.

Antes de que pudiera explicarme a qué se refería, ya estaba sirviéndole la comida a la persona sentada a mi lado, y Camila, dejando las porciones de pan sobre el centro de la mesa.

Alec, terminó de servir la comida y se retiró de la habitación con un frío «provecho» que no le fue devuelto con modales, si no con un modo grosero de ignorarlo y hacer de cuenta que jamás hubiera estado aquí.

𝟟𝟘 𝕪𝕖𝕒𝕣𝕤 𝕠𝕗 𝕝𝕠𝕧𝕖 (En Pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora