Torna a casa

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Sus ojos pesaban pero logró abrirlos. Se encontraba acostada en una cama que no reconocía, rodeada de muebles que tampoco reconocía. Poco a poco se incorporó hasta sentarse, tratando de hacer memoria, pero no recordaba nada. Con cuidado quitó la ligera sabana que le cubría gran parte del cuerpo, y fue cuando se dio cuenta que llevaba puesto un camisón sencillo que tampoco reconocía. ¿Dónde estaba?


Dalia miraba con atención el cielo, desde pequeña le había parecido curioso y misterioso, por lo que siempre había querido estar en la tierra para poder verlo más de cerca, pero ahora que estaba ahí se sentía molesta, quería subir más para poder tocarlo y sentirlo, pero no había nada que le ayudara a llegar, e incluso había intentado subir al techo de la casa y brincar, no falta decir que había sido en vano su acción.

—Estúpidos humanos— dijo sin motivo alguno, tan sólo lo decía por frustración. Estiró sus piernas en el pasto y observó sus pies. Eran pocas las veces que estaba en su forma humana, casi no la había usado en todo lo que llevaba de vida, que apenas eran veinte años, y no era que le disgustase cómo se veía, al contrario, le gustaba más su forma humana, le gustaban sus curvas y su cabello, incluso amaba el color de piel que tenía, un tono vivo y cálido, no como aquel gris espantoso que siempre tenía que lucir, pero lo que era cierto es que detestaba tener que ser la única hija de su madre que era híbrida. Ser la hija menor que señalaba la infidelidad de su madre hacia su rey era la peor de las cosas que había tenido que vivir, pero no podía culpar a su madre, ella también lo hubiera hecho si estuviera casada con un viejo rey cascarrabias que se la vivía acostándose con múltiples sirenas o al menos intentándolo. Un ruido la sacó de sus pensamientos, algo se había caído en la casa y sólo había dos opciones: la chica se había despertado o alguien había entrado.

Se levantó con pereza y entro a la cabaña, no se veía a nadie. Subió las escaleras y por un instante dudó en hacer ruido pero no creía que alguien se hubiera metido, la puerta estaba cerrada.

En cuanto estuvo en el primer piso de la cabaña su corazón latió con fuerza.

—No la abras— pidió—. No abras la puerta— la rubia estaba agarrada de la perilla de la habitación en donde se encontraba el hombre que les había ayudado hacia casi tres semanas.

—¿Qué?

—Si la abres, te arrepentirás. Sé lo que te digo— dijo retomando su camino hasta ella. Con cuidado puso su mano sobre la de la rubia y le sonrió—. Es mejor no meterse en donde no le llaman, ¿si?

—¿Quién eres?— preguntó Rin mirándola con detenimiento.

—Dalia, mi nombre es Dalia— repitió. Sabía que cuando ella le había preguntado apenas estaba consciente por lo que no debía de recordarlo, pero no perdía nada en preguntar—. ¿No recuerdas?

—No— negó con la cabeza—. ¿Dónde estoy?— la morena frunció el ceño.

—No lo sé, ni si quiera yo sé dónde estamos. Sólo te traje a la cabaña más cercana... Vamos a que comas algo, ¿si?— la tomó de los hombros y fue guiando a la planta baja.

—¿Por qué me trajiste? ¿Cómo es que lo hiciste?— cuestionaba mientras bajaba con cuidado los escalones, ya qu eso sentía tener un buen soporte en su pie.

—¿Acaso no recuerdas nada?— la morena detestaba tener que contestar tantas preguntas a alguien que no conocía.

—No, sólo recuerdo estar en la fiesta del pueblo— comentó antes de sentarse en la mesa y que la morena comenzara a servirle un poco de caldo con carne y una que otra verdura—. Después... ¿Tú no sabes qué...?

—No lo sé, Rose. No sé nada— dijo colocando el plato en la mesa de madera y dejando una cuchara de madera dentro del plato. Le sonrió de lado mientras sentaba delante de la rubia.

La dama y el lobo (RinxLen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora