First Burn

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Después de un año con tres meses, el padre de Rilliane había regresado.

Durante todo su viaje pudo arreglar los lugares a los que llevaría a Rin cuando esta cumpliese los veintiún años de edad. Así la podría dejar en donde ella quisiese y poder hacer una mejor vida ahí.

Al traspasar la entrada del pueblo sintió una gran tristeza, ya que volvería a la cotidianidad al menos un tiempo.

La gente le saludaba al igual que le decía cosas positivas sobre su regreso. Al entrar a su casa esperaba que su hija se lanzara a él con preguntas, pero eso no pasó.
–¿Hola? ¿Hay alguien?– preguntó en voz alta.
–¡Mi amor!– Elena llamó desde la cocina–. Acá estoy– el señor fue a la cocina dejando de paso sus cosas en la mesa–. Al fin regresaste. Nos dejaste mucho tiempo... Pero ahora todo estará bien.
–Lo lamentó Elena, pero al fin estoy de regreso– sonrió–. ¿Y Rilliane? ¿Dónde está?

La mujer parecía no oírlo ya que iba y venía de un lado a otro en la cocina. Tarareaba mientras movía de un lado a otro la cabeza, como si aquella pregunta nunca hubiera sido realizada.

–Le he traído algunas cosas de mi viaje...  Quisiera dárselas y enseñarle a usar algunas.
–Oh, vaya– fue la única respuesta que obtuvo.
–Bueno, iré por ella a su recámara– dijo mientras dejaba algunas cosas en la mesa.
–No– lo detuvo–. No se encuentra ahí...
–¿Dónde está?
–En su casa, con Kaito– Jack estaba asombrado. Había dejado, hacia un año, a su pequeña niña con muchos sueños e ilusiones, ahora se encontraba con el hecho de que ella estaba casada–. Ha sido un... Buen año.
–Quiero verla– exigió–. Iré a verla ahora mismo a casa de los Linne– dio tres pasos cuando su esposa se interpuso.
–Nos han invitado a cenar, Jack– dijo sonriendo–. No hay necesidad de apresurar las cosas, ademas, Rilliane se encuentra bien. Yo misma me he cerciorado de ello, así que no hay nada de lo cual dudar.

El hombre lo meditó unos segundos, su instinto de padre le exigía ir por su hija para aclarar las cosa, pero su parte más racional, le decía que lo mejor sería esperar a la cena, así él podría hablar sin causar alborotos en casa de los Linne. Sólo quería volver a ver a aquella joven soñadora de hermosa y bella sonrisa, que cada día —desde que había nacido— le alegraba sin importar qué, y por supuesto, esperaba que su hija estuviese sana y salva, aunque estuviera con ellos.

El sol apenas estaba bajando cuando ya se encontraban –Jack, Elena y sus hijas con sus respectivos maridos– de camino a la propiedad de los Linne. Un tedioso silencio los acompañó durante los treinta y tres minutos —que marcó el reloj— de recorrido.

Amplios jardines con árboles rodeaban el "humilde" y "sencillo" hogar de la familia. Para Jack, era el lugar más artificial que existía en el pueblo, una naturaleza tan modifica y arreglada a su conveniencia que –para los que nunca habían salido de ese sitio– era magnífico.

Llegaron a la entrada del hogar y las puertas fueron abiertas por uno de los sirvientes.

–Buena tarde, señor y señora Piere. Adelante– la familia entró, dejando algunas de sus pertenencias en las manos de la servidumbre–. Síganme, los señor les esperan– habló el mayordomo al notar la ansiedad de Jack.

Las paredes de los pasillos estaban adornadas por retratos de cada Linne que había llegado a los dieciocho años de edad, en el caso de las mujeres que se encontraban del lado izquierdos, mientras que del lado derecho se encontraban todos los varones que habían llegado al altar, cada cuadro era similar, el heredero parado mientras que su esposa se encontraba a su lado izquierdo sentada. Al final de pasillo se encontraba el cuadro más reciente, Kaito con Rilliane sentada a su lado izquierdo. El rostro de Rin marcaba tristeza, su miradas, sus labios y su gesto sólo denotaban la angustia que cargaba.

La dama y el lobo (RinxLen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora