Capítulo 1: Alerta turbulencia

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           Todos sabían que los aviones no eran precisamente mis mejores amigos, cualquier turbulencia me desconcertaba y me aterraba. Quizá se debía a que cuando era pequeña, estábamos yendo de vacaciones a Australia, cuando al tonto de Steve, mi hermano mayor, se le ocurrió la asombrosa idea de encerrarme en el baño del avión, grité y patalee como una pequeña loca hasta que mis padres me abrieron la puerta. En realidad ahora que lo digo suena como una tontería pero les juro que me generó más traumas de los que me gustaría admitir.

           -Scar, hija, ya hemos llegado- dijo mi madre, interrumpiendo el pequeño ataque de pánico que estaba teniendo por culpa del horrible aterrizaje de aquel avión.

          Cualquier persona que la viera diría que esa mujer podría ser mi hermana, con su larga cabellera color negro azabache, su cutis perfecto, las piernas kilométricas y sus profundos ojos grises, que agradecía haber heredado. Pero lo cierto es que mi madre, Joana, rondaba los 50 años.

           Bajé del avión un poco mareada aun por la turbulencia y divisé a mi padre, sonriente e impecable como siempre, con un traje color gris y un pequeño cartel entre las manos en los que se leía mi nombre y el de mi madre con una letra desprolija y algunos corazoncitos chuecos alrededor, claramente él lo había hecho.

           -¡Papá!- dije gritando como una loca emocionada mientras corría hacia él.

           -Oh pingüina, te extrañé tanto- dijo a la vez que sus brazos me rodeaban en gesto cariñoso y con la misma calidez de siempre -¿cómo estuvo el vuelo?

           -Me puse un poco nerviosa en el aterrizaje, pero no estuvo tan mal...

           -¡Mi amor!- me interrumpió él, saludando a mi madre con un abrazo y un beso cariñoso en la comisura de los labios.

           Tomamos nuestras maletas y nos subimos a la camioneta de mi padre, nunca iba a lograr entender la fascinación de mi progenitor por las camionetas 4x4 que casi tenían el tamaño de una casa. En fin, cosas de gente rica.

           Luego de unos 15 minutos llegamos a la casa de los Dawson, una casa preciosa, no era tan grande como la recordaba pero era muy cálida y acogedora. Había estado allí cuando era muy pequeña, seis o siete años quizás.

           -¡Hemos llegado!- gritó mi padre con total confianza al atravesar las puertas de la casa.

           Había sido amigo de Marcus Dawson desde la secundaria, estudiaron y vivieron juntos durante la universidad. Se separaron cuando papá conoció a mamá y Marcus conoció a la señora Dawson, o como papá la llamaba con total confianza, Lena.

           -Hola chicas ¿cómo ha estado el viaje?- preguntó Marcus con una gran sonrisa en su rostro.

-Súper bien, que bueno verlos de nuevo, han pasado más de quince años- dijo mi madre refiriéndose a Marcus y Lena, antes de darles un cariñoso abrazo a ambos.

           Marcus era un hombre alto, con ojos color avellana y el cabello del mismo color. Ese hombre inspiraba confianza pero también imponía respeto y autoridad.

           Lena por el contrario, era bajita, con la media melena de color trigo, ojos verdes y una sonrisa perfecta que acaparaba la atención de todos.

           -Alex, Aarón, chicos, vengan a saludar a los Turner.

           Y lo vi, lo vi y mi mundo se detuvo, era como las escenas de Baywatch en las que las chicas parecían correr en cámara lenta, bueno, así lo vi a él.

           Un chico alto, más alto que yo y mi metro setenta, tenía los ojos del mismo marrón oscuro que su padre, el cabello oscuro desarreglado y las ojeras marcadas, que extrañamente lo hacían parecer más atractivo. Tan solo llevaba puesto unos pantalones deportivos y una camiseta, totalmente desacordé a sus progenitores, quienes vestían formalmente con traje y corbata, y vestido sobrio. 

            Comencé a hacer mi ficha mental sobre los hermanos, la misma que solía hacer con todas las personas que conocía para mantenerme al tanto de todo, pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por la dulce voz de Lena...

           -Chicos, ella es la esposa de Mike, Joana- dijo presentando a mi madre –y ella es Scarlett, su hija, tiene su edad- agregó ella -¿cuántos años tienes exactamente, preciosa?- preguntó amablemente.

           -Eh...ehm...- me aclaré la garganta antes de hablar -si tengo 20 años- dije.

           -Genial, tan solo un año menos que Aarón- dijo señalando al chico que estaba a su lado -¡Ah, si claro! que distraída soy, él es Aarón –el chico saludó con la mano en un gesto rápido y sonrisa amable, mientras su madre seguía hablando -y ese asocial con resaca, que debería haberse arreglado- dijo clavando la mirada en su otro hijo –es Alex, Alexandre, pero todos lo llamamos Alex.  El chico saludó a todos con la mano y sonrió para luego guiñarme un ojo, juguetón.

           Así que el que me había dejado babeando como una tonta era Alex, mierda mierda mierda, era Aarón quien se suponía que debía llamar mi atención. Bueno, eso te lo explicaré mejor luego... Genial Scarlett, empezaste bien, me dije para mis adentros.

           -Cariño, déjalas que vayan a instalarse a sus habitaciones, ya hablaremos en la cena.

Sin ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora