Angie voló hasta la mesa donde se encontraba Alba con el atractivo músico, y lo hizo como si de un ave rapaz se tratara, con el ojo puesto en su presa y las garras preparadas para no dejar escapar tan suculento bocado.
—¡Mmmmm! ¡Qué bien acompañada te veo, Alba! —dijo coqueta la escocesa, sin apartar sus celestes ojos de Aiden—. No nos han presentado. Yo soy Angie, la hermana de la novia.
—Encantado, Angie. Yo soy Aiden —contestó disimulando la animadversión que siempre le causaba este tipo de amigas; esas chicas que interrumpían su ritual de cortejo a sabiendas que su interés se centraba en la otra joven.
Una vez había cumplido con la presentación, Aiden se volvió de nuevo a contemplar el cautivador rostro de la joven española. Angie agitó la hucha haciendo que el sonido de las monedas reclamara la atención del músico.
—¡Aiden! Ya sabes lo que toca —dijo Angie mostrándole la hucha y poniéndole morritos.
Aiden le miró con gesto serio, enarcó una ceja y no dijo nada. La chica, al comprobar que el músico no captaba la indirecta, se precipitó hasta su boca. En el último segundo esquivó el beso de Angie, ante la mirada atónita de Alba, que no sabía si reír o apoyar a la hermana de su amiga.
—Pero… ¿a ti que te pasa? —Angie no entendía nada, se sentía profundamente ofendida.
—Prefiero pagar por un beso que merezca la pena —soltó Aiden mirando fijamente a Alba, sin importarle las miradas de desprecio que le dedicaba la recién divorciada.
—¡Ah, no! ¡Ni se te ocurra! No vendo mis besos —repuso la española adivinando sus intenciones.
Aiden sacó de su bolsillo los sesenta y cinco peniques que la chica del gorro rojo había arrojado a su vaso de café vacío. Los puso en la mesa sin apartar sus azules ojos de los marrones de ella.
—¿Es una broma? Ya te he dicho que yo no vendo mis besos… y mucho menos por tan poco.
Aiden fue más rápido que ella y sujetó su cara con ambas manos mientras posaba sus labios en los de Alba. Era mucho más tentador, casi salvaje el sentir como ella se resistía al asalto y que su boca, poco a poco, cedían y se acostumbraba a la pasión de la suya. Finalmente, se separó con cuidado. Dejando desnudos unos labios rojos por la intensidad de su beso. Ya había obtenido su premio, un precioso e inesperado regalo. Ella permanecía quieta, con los ojos cerrados. Aiden pensó que aquel beso había surtido el efecto deseado y su rostro mostró una sonrisa de satisfacción. Entonces Alba despertó del estado de trance en que se había sumido, abrió los ojos y le arreó una bofetada.
Sin inmutarse, Aiden depositó los sesenta y cinco peniques en la hucha que sostenía Angie, bloqueada por lo que acababa de presenciar.
—Bonnie, yo tampoco vendo mi música… pero alguien en la estación de autobuses de Edimburgo pensó que estos peniques eran justo lo que valía mi arte. Y sé que vale mucho más… casi tanto como tus besos, Alba.
Dicho esto se levantó y se perdió tras una puerta anexa al escenario ante la incrédula mirada de Alba. La forma de pronunciar su nombre había hecho que su corazón diera un vuelco y comenzara a latir tan fuerte que creía que iba a salirse de su pecho. Sus sentimientos se entremezclaban, mantenían una lucha feroz ente sentirse agraviada o alagada por aquel insolente escocés.
* * *
El día de la boda había llegado. Tantos preparativos para que en apenas un suspiro todo acabara. Pese a los nervios de la novia durante la ceremonia, todo había salido a la perfección. Esa mezcla de tradiciones antiguas de las Highlands y las más modernas eran realmente romántica.