Capítulo 4
—¡Alba! ¡Ya estoy en casa! —anunció con entusiasmo.
—¡Estoy arriba, Oliver! —se oyó la voz de la joven desde el piso superior.
Oliver subió de dos en dos los escalones y fue en su busca. Cuando llegó al dormitorio se encontró a su chica sentada frente al armario, con un montón de zapatos y ropa tirada por los suelos.
—No encuentro la manera de que quepa todo esto en este diminuto vestidor. No sé cómo arreglar todo este lío —se quejó mientras su novio comenzaba a reírse mientras sorteaba todo aquel laberinto desordenado en el que se había convertido su dormitorio.
Alba se giró y contempló la hermosa sonrisa que Oliver lucía en su rostro. Desde que se había mudado con él Oliver parecía estar de mejor humor que nunca.
—¿A qué no adivinas quién ha venido a visitarme a la clínica? —preguntó tras darle un beso.
Alba enarcó sus cejas y se encogió de hombros. No conocía demasiada gente en Edimburgo como para aventurarse a probar suerte con la adivinanza.
—Angie, la hermana de Maggie. He quedado con ella y unos amigos más para salir a tomar algo. Dice que está deseando verte.
A Alba se le torció el gesto, pero compuso el semblante para que Oliver no notara su indignación. En la boda, Angie se había dedicado a coquetear con Oliver y ambas tuvieron algo más que palabras en el tocador de señoras. De aquello no se enteró nadie, pero harta de ver como aquella descarada se restregaba sin disimulo contra su novio, no le quedó otra que tomar cartas en el asunto. Un bofetón y un jalón de pelos... poco fue lo que dio después de que Angie le confesara, sin reparo alguno, que estaba provocando a Oliver porque sabía que Alba no era mujer para él, que era demasiado niña para un hombre tan hombre. Quería demostrar a Oliver que una mujer más madura y con experiencia en la vida, podía ofrecerle mucho más que una jovencita recién salida de la universidad que no tenía donde caerse muerta.
Era cierto que Oliver y Alba se llevaban unos cuantos años, concretamente diez, pero aquellos insultos y esa intromisión en su relación era intolerable.
—¿Alba? ¿Me has oído? —le gritó Oliver desde el baño, donde estaba a punto de meterse en la ducha—. Deberías ir arreglándote, cariño.
La joven tomó aire, estaba a punto de contarle a Oliver todo lo que aquella bruja le dijo, pero luego recapacitó. No lo haría. Quizás era lo que Angie estaba buscando, que le diera un motivo a Oliver para pensar que hacer aquellas acusaciones demostraba su inmadurez.
Miró toda la ropa que aún andaba esparcida por la habitación. Por las pocas salidas a cenar que había hecho con Oliver en estas escasas semanas en la cuidad, se había dado cuenta que la gente iba bastante arreglada. Volvió a mirar el desastre que había ocasionado su repentina manía de organizar el armario y casi le entraron ganas de llorar. A estas alturas de Junio en Edimburgo rondaban una temperatura agradable, pero a la noche seguía refrescando un poco, llegando a rozar los 7º de mínima. No sabía que ponerse, para variar. Estaba harta de tanto día nublado, tanto chubasco y tanta tormenta... echaba de menos el sol de su Cádiz, la luz de sus calles... poder salir una noche en vaqueros y zapatillas de deporte y que nadie te mirara raro y, sobretodo, echaba en falta a su hermano y a su abuelo. Estaba deseando que Oliver pudiera tomarse unos días de vacaciones y regresar a su casa, aunque solo fuera por un par de semanas. Necesitaba un respiro. La morriña tras tantos meses alejada de su tierra se hacía insoportable.
Hacía fresco y agradeció llegar por fin al bar donde habían quedado con Angie y los amigos de Oliver, un local de moda situado en una de las calles que salían de Princess Street.
Al entrar, Alba comprobó como en la decoración se mezclaba magistralmente todo el encanto de los pubs escoces de siempre con una estética más moderna. Las paredes oscuras y los asientos curvos con cuerpo de madera en tonos nogal, estaban tapizados en cuero negro, con un acolchado especial de aspecto mullido y botones repartidos geométricamente, al estilo de los clásicos sofás Chester; que iban a juego con el revestimiento de la barra también en capitoné. Aquello contrastaba con la madera antigua de suelo y dinteles y con el dorado de otros detalles ornamentales del techo y de las lámparas de araña con lágrimas de cristal que iluminaban la estancia.
Aquel local tenía varias salas, ellos pasaron a uno de los más grandes, donde el resto de la comitiva les estaba ya esperando.
—Disculpad el retraso —se excusó Oliver.
—Lo importante es que ya estás aquí... estáis aquí —dijo Angie con verdadera malicia, recorriendo con la mirada el atuendo de Oliver, que se había acercado a saludarle.
Alba estuvo a punto de abalanzarse sobre ella y arrancarle la trenza morena que lucía aquella descarada. Ya lo había hecho con Caylin y su novio en la despedida de soltera. Pensó que todo aquel jueguecito se debía a las copas que llevaba encima y el ambiente distendido en el que transcurría la despedida, pero ahora, tras lo de la boda y esto, se daba cuenta de que Angie parecía ser una enamorada de lo ajeno.
Se acercó a Alba y le saludó como si todo lo que pasó en aquel tocador no hubiera pasado. La española trató de disimular lo poco que le agradaba su compañía, pero ante la cara de pocos amigos que le dedicó a Angie, esta tras presentarles a sus amigos, volvió a su asiento con una sonrisa bastante sospechosa.
—Estás preciosa, Alba —Todd se acercó en último lugar y le dio un beso en la mejilla.
Agradecida de ver una cara conocida, se sentó junto al compañero de Oliver, esquivando la compañía directa de la morena roba-hombres. Todd y su novio trabajaban juntos en la clínica veterinaria y Alba había tenido ocasión de hablar con él varias veces. Era un chico bastante simpático, de sonrisa sincera, ojos verdes y de cabellos rojizos.
—¿Por qué no habéis pedido mesa en la otra sala? Es mucho más tranquila que esta —preguntó Oliver mientras se sentaba, casualmente en el único asiento libre junto a Angie.
—Bueno, parece ser que la señorita quería ver la actuación de un grupo nuevo que toca esta noche —dijo Peter, uno de los amigos de Angie, mientras apuntaba con el dedo a la morena.
—Es un grupo buenísimo... ya lo he escuchado en otras ocasiones y os aseguro que no tienen desperdicio —Angie dedicó una sonrisa malintencionada a Alba—. Estoy segura de que serán completamente de tu gusto.
En aquel mismo momento la banda de músicos subía al escenario. El corazón de alba comenzó a latir acelerado. Todo el ruido que pudiera haber en la sala parecía haberse apagado. Las figuras de los asistentes eran solo meras sombras, que desenfocadas se perdían en el espacio. Toda la luz provenía de unos ojos azules eléctricos, que clavaban su mirada en los de ella como si nada más existiera para ellos.