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Existía una palabra que lo definía por completo: extravagante. 

Uzui Tengen siempre había sido extravagante, desde su llamativo color de cabello hasta su sonrisa que rompía corazones. No dudaba en sobresalir, en potenciar aquellos atributos que a ojos de los demás resultaba extravagante, brillante, extraño, único. Su padre se lo dijo; de la extravagancia que bañaba todas sus palabras, sus posturas. 

Incluso pertenecía a un clan ninja. ¿No lo volvía eso aun más extravagante? Pero a medida que los de su clase morían, uno por uno, se convirtieron en una raza en peligro de extinción. Dejó de ser divertido para suponer una presión en sus hombros. Al final, solo unos pocos de su familia quedaban en pie y su padre entró en pánico. 

No se suponía que los ninjas dejasen de existir. 

Pero así parecía y para aliviar su miedo los sometió a un riguroso entrenamiento; a él y a todos sus hermanos. Eso hasta que descubrieron la existencia de demonios en el mundo real. No fue una guerra, ni la traición lo que acabó matando a su padre. Fue un demonio. Lo mordió en la yugular y a partir de allí su cuenta fue regresiva. Se convirtió en uno de ellos y a pesar de que Tengen luchó contra él, fue el sol quien decidió acabar con la vida de su progenitor. 

Uzui lo vio extinguirse bajo la luz del alba, sin rastro de misericordia en esos ojos que un día lo miraron con cariño.

Entonces, pasó él a convertirse en el cabecilla, tomando tres esposas como era su deber. Tres esposas resultaba algo envidiable para cualquier, pero para Tengen era más que eso, más que esposas eran sus compañeras, y más que compañeras eran mujeres, y más que eso eran seres humanos. 

Valoraba su vida y la de ellas. Por eso, decidió no seguir el camino ninja y en cambio buscó la forma de eliminar demonios, encontrándose con una organización llamada el cuerpo de exterminio. Eran vigilantes nocturnos y servían al bien común, protegiendo a la humanidad. Su entrenamiento como ninja le sirvió para empuñar una espada y dar muerte a esos seres despreciables. Nada podía satisfacerlo más que acabar con uno de ellos. 

Comenzó a subir de nivel, pasando rápidamente de Mizunoto a Mizunoe y de allí a Kanoto, escalando siempre entre los rangos.

No tenía complejo de salvador, sabía que era un simple ser humano que se esforzaba por subir de nivel. Sometía su cuerpo a duros entrenamientos, obedecía las reglas y buscaba a los demonios. 

En una de esas tantas cazas, llegó a una aldea humilde, demasiado pequeña para albergar un barrio de placer como Yoshiwara. En vez de eso, solo había una casa de té al borde de la carretera, con sus empleadas ofreciendo servicios de placer. Entretenían a los viajeros  día tras día y sus kimonos eran sencillos al igual que sus peinados, se veían más como sirvientas que como prostitutas. No resultaban muy talentosas en el arte y la danza, tampoco poseían una excelente caligrafía ni un vocabulario exquisito. No se podía esperar más de una zona tan rural. 

Allí fue a parar Tengen con la excusa de descansar un poco bajo la compañía de una dama hermosa. 

Pero mientras observaba el espectáculo de las prostitutas, con sus abanicos ir y venir  en una danza que había contemplado muchas veces, se dio cuenta de que no deseaba la compañía de una chica, sino la del muchacho que tocaba el shamisen. 

Resultaba extravagante, desde su cabello rubio hasta la forma en que sostenían la uña para seguir rasgando sobre el instrumento.

Sus ojos fucsia se bebían la imagen del hombre joven frente a él. No podía tener más de quince y supo que el chico no iba a disfrutar lo que tenía planeado. Aun así, siguió escuchando. El sonido era su fuente, podía conocer a las personas por el sonido que emitían. Había quienes eran muy dulces, otros demasiado amables y otros demasiados ariscos.

Un sitio para los demonios [Uzuzen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora