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«Contra viento y marea mi búsqueda continuará»

Escapist por Nightwish

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2.

La ley prohibía a los visitantes ingresar con armas dentro de Yoshiwara. Algunos soldados te revisaban y si tenías algún arma encima, se quedaba allí hasta el momento en que decidías abandonar el distrito. Uzui había tenido que prescindir de ellas en el momento, abandonando sus espadas en la casa de las glicinas antes de dirigirse allí.

Sin embargo, no era algo que le preocupaba.

Después de unas horas dentro del distrito, hizo uso de su ingenio para que las ratas que estaban a su servicio, infiltraran sus espadas. Decidió esconderlas debajo del suelo, levantando una de las tablillas flojas de la habitación que había alquilado en esa posada.

Se aseguró de que la tablilla volviera a su lugar sin emitir ningún tipo de sonido que delatase su secreto, y encima colocó el tatami.

Para entonces, ya había oscurecido.

Podía ver a través de la ventana que daba al exterior, como las luces de Yoshiwara se encendían una por una y el distrito que estaba dormido de su encanto, despertaba de su letargo para exhibirse en toda su gloria. Comenzaba la música, la risa y los parloteos. La belleza encontraba su nombre entre sus calles repletas de personas deseosas de algo maravilloso y las prostitutas de lujo que resultaba inalcanzable para algunos.

Uzui dejó de lado su uniforme como cazador y se atavió en una yukata de color vinotinto, con algunas grullas decorando la tela. Abandonó la banda y permitió que su cabello danzara en el aire, con sus puntas rozando sus hombros y el flequillo enmarcado su rostro. Era atractivo, no se podía negar. Y con esa resolución, salió de la posada en busca de una aventura.

Las calles eran enormes, con montones de personas yendo de un lado a otro. Resaltaban los faroles en cada lugar, con su luz opacando la luz natural de las estrellas. Nadie querría mirar para arriba cuando el cielo estaba al alcance de sus ojos; la música, la moda, el olor a incienso, las risas y la promesa de tocar un pedazo de cielo.

Era como una feria interminable. O al menos, eso le pareció.

Pretendía ir a los barrios del placer, donde sabía que las prostitutas eran exhibidas a través de los harimise (1), para contemplar no solo a las cortesanas, sino a las diferentes casas y luego pasaría a los burdeles de lujo. Su intención era dar un rodeo completo a la zona para estudiarla, aunque por dentro quería ir a la famosa casa de té que albergaba misterios y desapariciones.

Para Uzui era simple; desaparecían porque alguien se los comía.

Iba embebido en esos pensamientos en tanto caminaba por la entrada principal, en la avenida Nakanochō, donde los arboles de cerezo te invitaban a perderte en un mundo de fantasía. Se detuvo un momento, mirando hacia arriba, hacia el arco que conformaban los árboles para admirar los brotes. Pronto florecerían y con ello, llegaría una estación preciosa. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos no solo por la cantidad de personas que se acercaban, sino por el alboroto que hacían.

Podría no ser algo gritado a voces, pero Uzui tenía buen oído y con ello, era capaz de captar todo sonido. Y el sonido de esas personas era de admiración, asombro, belleza. Lo supo entonces, era un desfile de oiran.

Se arrimó un poco a la orilla para esperarla y también, para permitirle el paso. Los desfiles de las oiran siempre le resultaban excéntricos, extravagante. Se deslizaban con sus pies enfundados en calcetines y sus getas en una danza bella y estudiada, meciéndose de un lado a otro.

Un sitio para los demonios [Uzuzen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora