Capítulo 1: Tanto tienes, tanto vales

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"Contra el feo vicio de pedir, existe la noble virtud de no dar", es una frase que la madre de Antón Sever le decía cada vez que él se empeñaba en pedir juguetes cada semana, como si todo el año fuese navidad, y a pesar de pertenecer a una familia adinerada, era una mujer muy prudente y sabia. Sin embargo, Antón no aprendió nada de su madre, todo lo solucionaba a base de préstamos, se gastó todo el dinero de su familia en conseguir sus intereses y todavía no era suficiente. Era un hombre que aparentaba unos cuarenta años, con una media melena azabache adornada con unas preciosas canas plateadas y una barba de un mes bien perfilada. Enfundado con un traje de ejecutivo y abrigado con una chaqueta de piel, Sever era seguido muy de cerca por tres de sus mejores hombres. 

Los cuatro recorrían un largo pasillo vigilado por hombres hechos de arcilla armados con alabardas, sus caras inexpresivas eran aterradoras, aunque no poseían ojos en sus cuencas oculares daba la impresión de que les estaban mirando fijamente. Avanzaron con paso firme hasta las puertas de la habitación donde se encontraba uno de los hombres más poderosos del mundo. Custodiando la entrada había dos de los soldados hechos de arcilla que les abrieron cordialmente las puertas invitándoles a pasar. Cuando los invitados cruzaron el umbral las puertas se cerraron a sus espaldas.

"Cuánto tiempo, mi viejo amigo"

Las palabras resonaron por la habitación, era un espacio enorme que acumulaba una gran cantidad de riquezas, joyas de valor incalculable acomodadas en un lecho de terciopelo negro, montañas de monedas de distintos lugares del mundo amontonadas en el suelo la convertían en una habitación oscura y angosta, iluminada únicamente por una luz tenue. Justo en el centro de la habitación, sentado en su sillón de cuero y apoyado en una mesa hecha de marfil y coral se hallaba el hombre conocido como Dídac, aunque nunca se supo si ese era su nombre verdadero. Era un hombre de piel pálida y ojos claros, de un azul penetrante que desde la oscuridad parecía que fueran a robarte el alma. Sus dedos se distraían sacando brillo a una reluciente moneda de oro con un paño de seda, era un hombre meticuloso y muy entregado a sus aficiones, no era el dinero, sino el valor, todo aquello que tuviese valor, incluso sentimental, captaban la atención del hombre más avaricioso y ambicioso del mundo.

— ¿Qué te trae a mi humilde cuchitril? — dijo el hombre mientras frotaba delicadamente la moneda entre sus dedos.

— Girenda— espetó Sever. Quiero destruir Girenda.

Un breve silencio se apoderó del ambiente, Dídac comenzó a frotar con más fuerza la moneda que tenía entre manos, como si quisiese borrar sus cuidadosos grabados.

— Soy un hombre muy ambicioso, pero nunca creí que alguien pudiera codiciar algo que yo no. Lo que me pides es imposible.

— He reunido a hombres suficientes para aplastar sus muros en tan sólo un segundo— replicó.

— Nadie puede devolverte a tu hijo, Antón.

De pronto, uno de los hombres de Sever dio un paso al frente con el puño cubierto con un aura mágica dispuesto a atacar.

— ¿Cómo te atreves a hablarle así al líder de los "Fumígeros"? — dijo mientras envolvía su brazo con una nube de humo espesa. Él será el hombre más poderoso del mundo, así que cierra el pico y obedece.

Justo antes de que aquel necio pudiese siquiera arrojar el humo que había acumulado en su extremidad, Dídac lanzó desde su mano la moneda que frotaba con tanto tesón con el dedo pulgar. Como si de una bala lanzada desde un revólver se tratase, la moneda atravesó el pecho del agresor, su cuerpo fue despedido contra la pared y cayó al suelo, muerto. Los demás se pusieron en guardia, pero Antón alzó su mano para llamarles la atención y evitar que cometiesen la misma insensatez.

— Has formado un grupo muy numeroso de fieles fanáticos en tu secta, pero no son muy listos. Recuerda que gracias a mí gozas de una posición envidiable dentro de la comunidad de los magos, he acabado con tus enemigos.

— Sí...— musitó Sever.

— Merezco un poco de respeto, no pido tanto como tú.

— Lo siento— dijo. Quiero destruir Girenda, pero no puedo hacerlo sin tu ayuda, y sé que nos interesa a ambos. Necesito que me dejes hablar con "él".

— ¡Vaya! — exclamó. Así que ha llegado a tus oídos que le he encontrado, al elementalista de tierra.

— Quiero verle.

— Sabes cuál es mi precio.

Antón se echó la mano al bolsillo y sacó una abultada bolsa que vació sobre la mesa. Un montón de monedas salieron de ella, extraordinariamente raras y valiosas, además de tener un brillo impecable. Sin embargo, de entre todas esas relucientes perlas que correteaban por su mesa, hubo una que llamo la atención de Dídac, una moneda vieja, sucia y abollada. Rápidamente la cogió, la examinó con detenimiento por sus dos caras y se la echó al bolsillo de su gabardina, las demás las amontonó entre sus manos para luego, de un zarpazo, tirarlas al suelo como si fueran basura.

— Le enviaré el mensaje de tu parte.

— Quiero que robe los cuatro fragmentos de la "Piedra Prometida", y me los traiga.

A Dídac se le borró la sonrisa confiada de la cara, hablar de ese objeto era algo penado con la muerte, nadie en el mundo debía conocer la existencia de esa piedra. Con un veloz movimiento de muñeca, invocó a una masa de billetes que comenzaron a volar por la habitación como si fueran una plaga de langostas. El valioso papiro se pegaba en el cuerpo de los hombres de Sever tan rápido que no podían quitárselos de encima antes de que acabasen envolviéndolos por completo, hasta convertirlos en momias envueltas en papel, cuya capa se iba haciendo más gruesa conforme iban pegándose, hasta acabar muriendo asfixiados. Sever era el único que quedaba con vida, por primera vez en mucho tiempo se sentía vulnerable, acostumbrado a vivir en el seno de una secta que le hacía sentirse arropado, por fin tenía miedo.

— ¿Sabes de lo que estás hablando? — dijo mientras se levantaba de su sillón en tono desafiante.

Antón se encogió de hombros y retrocedió varios pasos hasta chocar con la puerta sin perder el talante calmado.

— ¿Eso quiere decir que no me vas a ayudar?

— Te equivocas. Si accedo a ayudarte es porque siempre he tenido una inmensa curiosidad por saber los secretos que esconde esa piedra, pero nunca había encontrado a alguien tan idiota como para querer reunir los fragmentos.

Las puertas se abrieron de par en par a las espaldas de Sever.

— No volveremos a vernos nunca.

Antón asintió con la cabeza levemente y abandonó la habitación dejando los cadáveres de sus hombres, consciente que ya no había marcha atrás después de la conversación acaecida en aquella estancia. Su plan había dado comienzo.

Mariposas de Humo y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora