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Movió el brazo con el que sujetaba el cuchillo mientras atendía las explicaciones de Ezra a su lado, totalmente concentrada. Y parecía estar satisfecho con lo que ella hacía, porque cuando Hayley le miró, asintió una vez con la cabeza, con una pequeña sonrisa ladeada.

–Has mejorado mucho –le dijo mientras Hayley miraba el filo de su cuchillo, asintiendo lentamente.

–Gracias –murmuró.

Cogió aire y lo soltó lentamente, mirando a su alrededor. Habían salido hacía un rato para la rutina diaria de siempre, pero ese día Hayley se sentía cada vez un poquito más hambrienta a pesar de estar acostumbrada que poca comida llegase a su estómago. Aunque al principio había sentido su estómago cerrado y reticente a comer nada, en esos momentos era todo lo contrario. Como si ya su propio cuerpo supiese que no iban a irse de ahí pronto y tuviese que alimentarse un poco más de lo que fuera.

Y en ese momento ya estaba más acostumbrada a tener que ser ella misma quien cazase cualquier animal que pasase por allí después de todas las insistencias de Ezra.

Pero en ese momento no estaban teniendo suerte y no veían nada.

–Estás muy callada para ser tú –añadió Ezra–. ¿Qué ocurre?

–No pasa nada.

–Hayley...

–Ezra, no pasa nada –insistió ella, volviendo su vista hacia él–. Es sólo que... tengo hambre. Y me gustaría comer algo. Dudo mucho que vaya a poder hacer mucho si no como un poco.

–Me creo que tienes hambre y ahora buscaremos algo para comer, pero quiero saber qué más ocurre.

Suspiró y miró una vez más a su alrededor, fijándose un poco más hasta que, como si de una aparición divina se tratase, vio un bambú caído entre las hierbas y ramas caídas. Se inclinó para cogerlo al instante y lo limpió un poco en su camiseta; no tenía una pinta demasiado apetecible, pero era mejor eso que nada.

–Hayley –la llamó Ezra cuando vio que no dijo nada.

–Sigo pensando en lo que pasó anoche y en cómo me escondí detrás de ti –dijo finalmente, revisando ese trozo de bambú como si fuese lo más interesante que había visto en su vida. Aunque, en cierto modo, en ese momento de su vida sí que era de lo más importante que podía encontrar–. Si me tuve que esconder detrás de ti... dudo mucho que todo lo que me estás enseñando sirva de algo si luego no voy a ser capaz de ponerlo en práctica.

–¿Por qué no ibas a saber ponerlo en práctica? Lo que pasó anoche no demuestra nada –frunció el ceño.

–¿Acaso no viste que me estaba escondido, Ezra? ¿O cómo reaccioné cuando le disparaste? ¿O cómo reaccioné después de que te lo llevases? ¡Ni siquiera he sido capaz de seguir durmiendo después de eso! Y dudo mucho que tenga que ver con estar o no acostumbrado a eso, es... simplemente ser valiente, y yo no lo soy.

–¿Otra vez con la tontería de que no eres valiente?

–No es una tontería, es la verdad –se encogió de hombros–. Estuve, prácticamente, una semana encerrada en la cabaña cuando me ayudaste, y he intentado aprender y seguir adelante y... yo qué sé, he intentado hacerlo bien. Pero cuando llegó el momento, ni siquiera me vi capaz de coger mi arma y apuntarle. Joder, si hasta me asusté de una maldita araña.

Ezra la miró un momento sin decir nada hasta dar un paso hacia ella.

–Debes confiar más en ti. Al no hacerlo, piensas que no podrás hacerlo y, entonces, te bloqueas y te puede pasar lo que pasó anoche. Pero, ¿sabes qué? –la miró y ella negó con la cabeza levemente–. Yo sé que sí puedes hacerlo. Aunque no te lo digo y siempre te pido más, lo hago porque sé que puedo exigirte más, pero has mejorado mucho.

Un día para vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora