Se acercaba una tormenta. Ezra le había avisado esa mañana cuando había salido antes que ella. Ni siquiera sabía cómo lo supo, pero acertó y ese día, siendo ya por la tarde, el cielo que se dejaba ver entre la copa de los árboles estaba cada vez con nubes más oscuras que prometían una noche llena de espectáculo.
Habían vuelto a estar todo el día yendo de un día para otro, en busca de comida –no habían tenido mucha suerte– y porque, obviamente, no tenían nada mejor que hacer, además de la gran idea que tuvo Ezra. Había estado gran parte del día asustándola, obligándola a reaccionar improvisadamente e intentar poner en práctica lo que había estado enseñándole hasta ese día.
Las primeras veces, por supuesto, no daba ni una y, cuando intentaba asestarle alguno de los golpes que le había enseñado, Ezra ya la había cogido, la apuntaba con su arma y decía un "ya estarías muerta" antes de soltarla y seguir con su recorrido. Por suerte, a partir de la cuarta vez, comenzó a reaccionar más rápidamente y conseguía hacerlo medianamente bien.
Sabía que podía mejorar, pero al menos, cuando estaban volviendo a la cabaña para resguardarse antes de que la tormenta empezase, Ezra pareció contento con la pequeña –o gran– evolución que había demostrado haber tenido.
Hayley levantó la mirada al cielo y entrecerró los ojos; cada vez estaba más oscuro, estaba anocheciendo y las nubes oscuras de tormenta no ayudaban mucho. Suspiró y volvió la vista al frente justo a tiempo para no tropezarse con una rama y seguir caminando con normalidad. Aunque eso no sirvió para percatarse de cómo Ezra aguantaba una carcajada.
–Prefiero que estés serio a que te rías de mí –le frunció el ceño.
–¿Segura? –enarcó una ceja.
–Vale, no. igual no. Pero... –no terminó la frase.
Escucharon el crujir de las ramas cerca de ellos y, justo cuando se giraron hacia el lugar por donde provenía ese sonido, apareció uno de los hombres que pertenecía a ese lugar de locos armado. Y ambos supieron que era uno de ellos por la ropa prácticamente igual que llevaban con los que ayer habían visto.
Les apuntó a ambos con su arma, una escopeta, y Ezra llevó su mano a la cintura para coger también su arma cuando vieron llegar a otro de esos hombres por el lado de Hayley, también apuntándoles.
Ella estuvo a punto de sacar también su arma, pero ese hombre negó con la cabeza lentamente, chasqueando con la lengua.
–Ni se te ocurra, bonita –habló con voz ronca–. Caerías muerta al suelo antes de que logres cogerla –apartó la mirada uno segundos de ella para mirar a su compañero–. ¿Es ella?
–La misma –su compañero sonrió, como si acabase de encontrar un tesoro–. En carne y hueso. Cógela.
–Ni lo sueñes –habló Ezra seriamente, mirando a ambos pero apuntando aún al de la escopeta, quien también le apuntaba a él.
–Tú te callas. No vas a impedir que nos llevemos a la chica –le quitó el seguro al arma–. Y tampoco vas a impedir que te mate. Aquí y ahora.
Hayley miró a ambos lados, viendo cómo el chico apuntaba mejor a Ezra mientras que el otro se acercaba a ella. Tenía que hacer algo, no podía permitir quedarse paralizada también en esa ocasión. Y mucho menos cuando habían amenazado a Ezra con matarle. Sabía que ese hombre no dudaría en hacerlo.
Justo antes de que el hombre le cogiese del brazo, ella cogió su arma sin importarle lo que le había dicho, y levantó la pistola, apuntando hacia su pecho. El hombre se detuvo al instante.
–La gatita ha salido peleona –comentó una sonrisa–. Baja el arma. Ya.
–No –no supo de dónde salió la contundencia con la que habló, pero intentó mantenerse así de firme.
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Un día para vivir
AçãoUn viaje a Hawái. Una excursión a una isla sin habitar. Un secuestro. Las vidas de Hayley y sus amigos darán un vuelco cuando se ven atrapados en aquella isla. Hayley conseguirá escapar, y en su huida se encontrará con Ezra, un joven en quien confía...