Prólogo

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Estaba muy estresada por el cambio de casa y por la incripción en un nuevo colegio. Necesitaba un momento de paz, sin cajas, sin gritos, sin padres.

Como aún no conocía la zona, quise dar un paseo, para conocer mejor los alrededores de donde ahora viviría. Por lo que sabía; la zona no era nada insegura, al contrario, era muy tranquila y callada; lo cual me agradaba.
Tras caminar tan sólo dos cuadras, me encontré con un parque solitario. Soy una niña, apenas tengo 10 años, ¡claro que puedo entrar a ese parque!

Aunque más que para divertirse, era para relajarse.
No me gustaba recogerme la melena, me gustaba mucho mi cabello riso con reflejos castaños. Pensé en lanzarme por el tobogán para que mi cabello gritara YEEES. Y así fue. Mientras descendía me reía por aquella adrenalina que se acumulaba en mi estómago.

Luego pensé que tal vez me hacía falta compañía para montarme en el sube-y-baja. Pero me dije "no, no la necesito" cargué una roca muy, muy pesada, y la he puesto en un extremo del sube-y-baja; al otro extremo me he sentado yo. La gracia estaba en sentirme, aunque sea por un segundo, grandiosa. Estar arriba significaba ser más, ser poderosa. Luego vi la famosa ruedita, la sonrisa me creció un montón. Corrí hacia ella, le di vueltas con toda mi fuerza y salté sobre ella, agarrada con una mano de un barrote de la rueda, y la otra mano estaba lo más arriba posible, como si fuese a volar.

Ya estaba muy agitada, lo mejor era descansar. Me senté en un banco a relajarme un poco... entonces vi, un columpio. Pero.... éste columpio, no parecía formar parte del parque en el que me encontraba. Estaba en la mismo parque, pero con otro tipo de cuidado, más bien, no estaba nada cuidado.

Decidí acercarme para poder visualizar mejor, y a medida que más me acercaba, podía ver más. Cuando hube avanzado lo suficiente vi que el columpio que había visto pasos atrás, estaba en compañía de otro, con la misma falta de cuidado.
A pesar de la mala impresión que daba, me monté. Ya en él, alcé la vista, me sujeté fuerte, y empecé a balancear las piernas para moverme. Mirando hacia arriba me relajaba viendo el cielo y sus hermosos misterios.

Completamente distraída oí una voz, pero no logré indentificar lo que decía. Rápido me incorporé y empecé a estudiar el ambiente con la mirada. Durante mi búsqueda, pude ver unos arbustos pequeños que se movían. Por mucho temor que me causara averiguar, tomé coraje y avancé, lentamente hacia aquellos milloncitos de arbustos. Me agaché y me sumergí entre los arbustos gateando. Como cada vez me sentía más asustada, apresuré el paso. Al fin encontré un espacio y salí.

Para mi sorpresa, ya no estaba en el parque anterior, estaba en otro, más deteriorado aún, y además tampoco me encontraba sola.

-Hey - me dijo un niño, tal vez menor que yo, cabizbajo.

-Hey... ¿puedo preguntarte cómo he llegado aquí?

-¿Jugamos?

Pobre niño, pensé. ¿si quiera entiende lo que le digo?

-Hola, mi nombre es Sheila, Sheila Nikken... ¿Cuál es tu nombre?

-Dime, ¿jugamos?

Af, ya qué. Jugaré con él y luego me iré a casa.

El niño era muy divertido y además era un amor. Pero nunca hablaba.
Siempre que podía me sumergía en aquellos arbustos e iba a acompañar al pequeño, a quien se me ocurrió llamar Sammy.

¿Jugamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora