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Había transcurrido un mes desde lo ocurrido, al aclarar las cosas se suponía que quedarían en buenos términos y las cosas volverían a ser como en un principio, al menos aquello era lo que pensaba la tailandesa. La castaña por su parte llevaba todo un mes evitando el contacto con ella, las bromas subidas de tono desaparecieron como si nunca hubieran existido, incluso el más simple de los saludos había sido desplazado por la completa ausencia de la morena.

Eran las seis de la tarde de un domingo, se encontraba tirada en su cama con la mirada clavada en el techo de su habitación, estaba totalmente sola y sin dinero puesto que sus padres habían salido a visitar a sus abuelos.
No tenía nada más que hacer y Roseanne -con quien pensaba tener una tarde de películas- había cancelado la salida a último momento por algo "urgente" que le había ocurrido.

Sin duda estaba aburrida y una vaga idea para matar el tiempo cruzó su mente.

Casi de manera inconsciente trasladó su palma a su entrepierna por sobre aquellos pantalones a cuadros sintiendo casi de inmediato aquel bulto y cálidez familiar. Cerró los ojos mientras masajeaba la zona con movimientos circulares y placenteros. Bajó un poco el pantalón para encontrarse con su falo semierecto chocando con sus boxers, metió la mano bajo estos y lo sacó para sentir correctamente toda su longitud. Empuñó su pene y comenzó a bajar y subir a un ritmo moderado observando como este lentamente despertaba. Pequeños gemidos y jadeos se escapaban de sus labios, su miembro ya completamente erecto y sensible a su toque chorreando más y más líquido preseminal a medida que aumentaba el ritmo.
Toda la situación empeoró cuando a su mente vinieron imágenes de la castaña, ella sudada y temblando mientras recibía toda su extensión entre gemidos, los sonidos sucios y húmedos de sus pieles chocando entre si, el rostro de su contraria con una expresión de placer absoluto mientras se retorcía bajo su toque. Todo aquello estaba apunto de acabarla, literalmente.

Estaba a punto de terminar con aquella placentera sesión de no ser por el timbre que hizo que se detuviera abruptamente.

Estaba a punto de terminar con aquella placentera sesión de no ser por el timbre que hizo que se detuviera abruptamente

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Alisó su falda y respiró profundamente intentando calmar los nervios.
Definitivamente era raro estar al frente del hogar de la tailandesa ¿Cómo la recibiría? La aterraba el simple hecho de pensarlo, pero tenía el plan perfecto para que su visita no fuera en vano y si la corría de aquel lugar al menos podría conservar un poco de su dignidad.
El viernes la pelinegra no había asistido a clases, así que quería cerciorarse de que se encontrara bien y de paso ganar algunos puntos al entregarle aquella tarea. Luego de la metida de pata de hace un mes le avergonzaba la simple acción de dirigirle la mirada. Ella misma se había saboteado al creer en disparates y había quedado ridículamente mal frente a la más alta.

—Aquí vamos.-Intentó darse ánimos para luego presionar el timbre.

Pasaron más segundos de lo habitual sin respuesta así que decidió volver a presionarlo.
Esta vez se escucharon unos pasos fuertes acercarse a la puerta y una voz hizo acto de presencia momentos antes de que esta se abriera.

—¡JURO QUE SI ERES EL DE MOVISTAR YO VOY A...!-Se detuvo de inmediato al ver de quien se trataba.

—Lamento si interrumpo algo.-Comentó con recelo la pelinegra al notar el aspecto de la contraria: Una capa de sudor cubría su rostro, su flequillo lucía desordenado y lo más importante, una muy visible carpa se alzaba entre sus pantalones. Definitivamente era una imagen jodidamente caliente, pero la posible causa le molestaba en demacía.—Es mejor que me vaya pronto.

—¿Necesitabas algo?-Interrumpió visiblemente avergonzada mientras ocultaba "discretamente" su parte inferior tras la pared.

—Dejaron tarea el viernes.-Comentó extendiendole un folder, la contraria rápidamente lo tomó.

—Te lo agradezco muchísimo.-Replicó con nerviosismo.— ¿Quieres pasar?

La castaña frunció el ceño ¿Es qué acaso quería un trío? O ¿Sentía lástima? No simpatizaba con ninguna de las dos ideas.

—¿No hay alguien más?

—Eh, no. De hecho mis padres salieron.

—No me refiero a eso, luces como si estuvieras a punto de tener sexo con alguien.

La tailandesa abrió la boca pero las palabras no salían, sin duda aquella situación era vergonzosa hasta límites insospechables, quizás lo más vergonzoso que le había sucedido en la vida porque era imposible explicarlo sin quedar peor parada.

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Innocent | JenLisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora