II

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Ya llevaba varias semanas en casa de su abuelo, sin embargo, para ella se había sentido como una eternidad, pues no podía hacer prácticamente nada. La ama de llaves de su abuelo, la señora Macready, se encargaba de vigilar que no estuviese donde no debía o que no molestase al profesor, lo cual terminaba en una joven muy aburrida. El único momento en el que veía a su abuelo, era durante las comidas, las cuales eran los mejores momentos del día pues los dos se dedicaban a conversar sobre temas en los que trabajaba su abuelo, o de libros que este le prestaba. Esa fue su mayor salvación durante el tiempo que llevaba ahí, la biblioteca de su abuelo, esa a la que Macready no le podía negar el acceso y en la que se pasaba los días enteros sumergiéndose en nuevos mundos que explorar.

Aun así, la joven de ojos castaños ansiaba algo más, pues, aunque amaba la lectura, se sentía muy sola en esa casa. Por eso se alegró tanto cuando Macready le anunció que su abuelo había decidido acoger a otros niños en su casa por la época de guerra. Se encontraba bastante ansiosa de conocer a los nuevos jóvenes que llegarían, por lo que el día de su llegada se dirigió a la biblioteca a la espera de que Macready saliese para poder presentarse cuando llegasen a la mansión. 

Mientras, en la abarrotada estación de trenes de Finchley, cuatro hermanos se despedían de su madre. La menor de ellos se encontraba con una triste expresión en el rostro mientras que su madre le ponía a cada uno una etiqueta en los abrigos para saber cuál era su destino. Cuando la mujer se acercó al menor de sus hijos varones, este habló. 

- Si estuviera papá no nos iríamos.

- Si estuviera, la guerra habría terminado y nos tendríamos que ir - Dijo el mayor de los hermanos.

- Harás caso a tu hermano, ¿verdad Edmund? - Cuestiono su madre mirándolo a los ojos antes de incorporarse y darle un beso a su hijo, el cual esquivo.

A continuación, se dirigió al mayor de todos para abrazarlo y hacerle prometer que cuidaría de sus hermanos. Por último, se dirigió a su hija mayor, para abrazarla y susurrarle al oído - Se buena chica - Tras eso se separó y les dirigió una mirada a todos ellos - Muy bien, marchaos.

Tras las palabras de su madre, los cuatro hermanos cogieron sus pertenencias y se dirigieron al tren. El mayor llevaba su hermana más pequeña cogida de la mano para que no se perdiese y los billetes en la otra mano. Cuando debía entregarlos se quedó mirando fijamente a unos soldados que bajaban por las escaleras sin ser consciente de la mujer que le pedía los billetes, causando que su hermana se los quitase de las manos, siendo ella las que se los entregó a la mujer para finalmente avanzar hasta el vagón del tren.

Antes de subir la menor de los hermanos se giró hacia atrás en busca de su madre haciendo que su hermano tirase de su mano para mantenerla a su lado. 

- Vamos Lucy, no podemos sepáranos - Le dijo a la pequeña poniéndose a su altura. Esta solo puso una mueca triste en su rostro y se apoyó el hombro de su hermano mientras este hablaba - Todo va a ir bien. Tranquila, tranquila, vamos - Concluyó para encaminarse con ella hacia el vagón.  

Una vez dentro, los cuatro hermanos se asomaron por una ventana buscando a su madre con la mirada, despidiéndose de ella con las manos, mientras gritaban que la echarían de menos y que la querían. El tren comenzó a avanzar causando que sus gritos fuesen cada vez menos audibles y la figura de su madre menos visible, hasta que finalmente desapareció. Con el tren en marcha, los cuatro hermanos comenzaron a buscar un compartimente vacío que ocupar. Al no encontrar ninguno, se adentraron en uno en el que había dos niños. Rápidamente colocaron sus cosas en lo alto de los asientos, cuando el mayor iba ayudar a su hermano pequeño este lo evito, y subió la maleta por sí solo. 

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⏰ Última actualización: Feb 16, 2022 ⏰

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𝐍𝐀𝐑𝐍𝐈𝐀《 Edmund Pevensie 》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora