-No te lo tomes como algo personal -continuó Joaquin. -Eduardo probablemente no lo habría hecho si supiera que tengo novio. Menos aún si supiera que tenía esposo. Pero él no lo sabía, porque nadie supone que yo te pertenezco.
Emilio no dijo nada, a...
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Llevaban casi tres horas en ese puto coche. El tiempo pasaba rápida y lentamente; Lentamente, porque todavía hay un viaje de cuatro horas a Puerto Vallarta, y cuatro horas es demasiado para dos personas que se odian.
Cuatro horas es mucho tiempo cuando las pasas mirándo e ignorando la presencia del otro. Pero es tan corto a la vez, porque cuatro horas es todo lo que les queda. Y cuatro horas pasan rápido, cuando es lo último que te separa del final.
La radio está tocando una canción de los Queen, escuchan cada palabra, pero tampoco es como si quisieran escuchar la letra con atención. Sólo está ahí para llenar el pesado silencio.
Además, todo es pesado en ese coche. El ambiente, las miradas de soslayo que se dan, y todas las palabras atascadas en sus gargantas que les gustaría escuchar. Es pesado y Emilio está a punto de resquebrajarse. Mira la hora en su teléfono celular y puede oírse entrar en pánico; sólo les quedan cuatro horas.
-Toma la próxima salida, -Emilio exclama, casi sorprendido de escuchar su voz romper el silencio.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Es un área de descanso de la autopista. Tengo hambre.
La verdad, su estómago está hecho un nudo. La sola imagen de un café le produce dolor de estómago. No quiere comer ni beber nada, hace unas semanas que no quiere nada. Lo único que podría querer, además de seguir casado con Joaquín, es un cigarrillo. Un buen cigarro en un buen paquete caro, de esos que destruyen la salud. Pero no querría mostrarle a Joaquín que quiere ese cigarrillo. Si finge tener hambre, es solo para darles un poco más de tiempo.
-Estaremos atrapados en el tráfico a la una en punto si nos detenemos ahora. Vamos a perder demasiado tiempo. -Joaquín exaspera
-Es cierto que tienes prisa, se me olvidaba.
Joaquín lo mira de soslayo, imaginando la maldición que le gustaría lanzarle.
-Tengo hambre -Emilio repite, permitiéndose incluso creerlo para ser más creíble.
-Deja de ser tan dramático.
-Y tu deja de actuar como si no te estuvieras muriendo por divorciarte. Tienes tanta prisa que tienes que dejarnos morir de hambre. Una y otra vez por este maldito divorcio.
Joaquín está harto de esa palabra. Divorciado. Ya ha oído demasiado sobre eso en solo tres horas y en conversaciones tan cortas. Es lo único que Emilio ha encontrado para resentir a Joaquín, el único reproche que puede darle. No podía atacarle por la confianza que le había brindado, por su lealtad sin límites y por todo lo que había sacrificado a cambio de un poco de amor. Joaquin solo había cometido un error; el de ser quien les devolviera sus libertades.
-Solo estoy preocupado por ti mi amor, -Joaquin le explica con un aire engañosamente inocente e increíblemente exagerado. -Hay más de tres personas en un área de descanso de la autopista, ¿no te importa? La gente podría pensar que estamos juntos.