LA CRUEL MARTINA

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Martina habia nacido y crecido en la casita de dos piezas angosto corredor, paredes blanqueadas y techo rojo, protegido por un pequeño batallon de tunas que se desparramaba sobre el tajo brusco de la  pizarrosa quebrada. Al fondo, discurria, brilloso, el hilo de agua descolgado de las montañas para el centro del encabritado pueblo de Totora, en el departamento de cochabamba-Bolivia, cuyas anfractuosas secciones se juntaban por recios puentes de cal y piedras. la casita  de su madre doña Epifania, tenia por la espalda, donde medraban frescos los nopales, la quebrada Supaychinkana; y por el frente, la estrecha, empinada y retorcida calle del Diablo. Tal vez para conjurar a ambos diablos, el español de la calle y el quechua de la quebrada, planto en el encalado espinazo de su techo una airosa cruz en cuyos brazos solian pararse los pajaros a la salida del sol.

Doña Epifanía, era una mujerona erguida de respetable estatura. Aunque imponente, no carecía de atractivo y simpatía especialmente cuando en la calle del Diablo colgaba un otro diablo rojo de hojas de lata pregonando la chicha buena, que buena había de ser entonces, cualquiera chicha en aquel pueblo famoso por su espíritu jaranero, por sus rumbosas fiestas sociales y entusiastas carnavales, por sus caballos de raza, por su burguesía aristocrática, por las luchas sangrientas de sus facciones; más tarde, a principios de este siglo, por sus cuarenta pianos, sus bibliotecas particulares, su foro y su prensa ilustrados; y en todo tiempo, famoso por su chicha, la mejor del distrito chichero de Cochabamba hasta hace unos diez años. Doña Epifanía vendía a sus parroquia-nos la chicha con jayachiku (cualquier plato con picante para abrir las ganas de beber) desde las tres de la tarde, hora en que los jóvenes y caballeros, comenzaban a aburrirse de ociosidad y se juntaban por grupos en los banquillos de la plaza indagando la super calidad de la chicha. La tienda de doña Epifanía no siempre era preferida a causa de estar alejada del centro y en la calle trepadora. Su negocio corriente lo hacían los vecinos de la propia calle, desde la plazuela de granos, hasta el cruce Qhariwakachi. Sin embargo, al regreso de las kacharpayas de gente distinguida, buena parte del cortejo masculino se quedaba en la chichería de doña Epifanía. En el pueblo de costumbres españolas, se llamaban con la voz quechua Kacharpaya, a la despedida que amigos y familiares hacían a los viajeros en las goteras del pueblo, llevando chicha y también alguna comida. Estas kacharpayas eran frecuentes en la ruta de Epifanía porque la calle del Diablo terminaba en el camino de Cochabamba.

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