De una de estas despedidas se originó el nacimiento de Martina. El hombre que el destino había elegido para su padre era un borrachín alegre, musicante y mujeriego apodado el Tunas Molle porque alguna vez propuso, entre copas, que le sirvieran una ensalada de su invención: rodajas de tuna con racimos de molle en aceite y vinagre. El calavera pulsaba la guitarra con sonoridades metálicas y sollozantes trémolos mientras se acompañaba el canto de inflexiones entre gallardas e implorantes. En los variados sones de la guitarra y el cantó cayó la corpulenta humanidad de Epifanía, al frisar la cuarentena pre menopaúsica. Cayó tantas veces, que al cabo concibió para Tunas Molle la hija que nunca había esperado en su áspera primavera, erizada de renuncias y represiones, engreimientos y terrores religiosos. El trance del embarazo le amargó la vida. El borrachín fecundo pero parasitario e improductivo, aunque era un simple comparsa de los gasto en las parrandas, presumía de distinguido y no quería ser padre de una criatura de vientre de chichera, por lo que comenzó una ofensiva de reproches y denuestos encaminados a sostener un proyecto abortivo. La infeliz Epifanía hubo de someterse a incontables pruebas desde levantar un costal de muku que pesaba dos arrobas, hasta rajar leña detrás de las pencas del despeñadero. Una serie interminable de bebedizos mordicantes y amargos le provocaba dolores insoportables al vientre, en cuya generosa matriz se cobijaba, recóndito e invulnerable, el nuevo ser inocente y perseguido. Para dramatizar el tratamiento de frustración, el filarmónico bellaco golpeaba duro a su concubina con sus manos ágiles y despiertas de artista. Ella sufría como un animal silencioso y desdichado. Pero nada lograba la evacuación del feto. Derrotados ambos, lo dejaron crecer desde los cinco meses, cuando la curvatura abdominal del embarazo comenzó a pronunciarse en forma incontenible. Creyó morir del parto y en efecto murió a los pocos días del suicidio de Tunas Molle que en estado de frenesí alcohólico se desbarrancó en Supaychinkana llevándose en el cuerpo semidesnudo las espinillas de las tunas que cuajaban el singular huerto de doña Epifanía.
La desamparada infancia de Martina pasó detrás de las chumberas que constituyeron su primera impresión vegetal y su primer mantenimiento a escondidas de su tía Petrona, quien vino a ejercer las veces de madre entre sobrios cuida-dos y enérgicas palizas. Tía Petrona era una vieja picantera, escabechera y choricera que negociaba en la playa del río los domingos de feria vendiendo a la puerta del tambo su apetitosa mercancía a los negociantes de ganado. A la muerte de Epifanía, se instaló en la casita de techo rojo tomando a su servicio auxiliar a la Imilla, sirvienta nativa de la difunta en reemplazo de la suya que al sentirse redondeada de formas se dio modos de emanciparse. Prácticamente tía Petrona trasladó el negocio de la playa a su nuevo domicilio. Allí se remachó judicialmente mediante una adjudicación en remate por hipotecas que pesaban sobre la casa desde el tiempo de la compra hecha a crédito por Epifanía. Todos sus ahorros se quedaron en la casa.
Menudo trabajo el de cuidar a la pequeña para cuya alimentación tuvo que criar un par de cabras que ramoneaban en las laderas vegetadas de la quebrada. Martina se llamó la criatura que llegó a la vida causando la muerte de su madre. Durante un año y dos meses creció junto a los exhaustos pechos de su protectora causándole, con sus necesidades diarias y toda serie de enfermedades infantiles, molestias sin cuento compensadas solamente por el cariño y la alegría maternal que nace en toda mujer que cría.
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LA CRUEL MARTINA
Mystery / Thrilleresta historia habla de lo cruel que fue la vida de martina, hombres la desean pero ella no se deja con nadie para defenderse ella siempre lleva consigo una navaja o cuchillo como quieran llamarlo. pero la llegada de un hombre la obligara a tomar dec...