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Viernes, Tokio 22:03 p.m.

La lluvia cae de manera constante en pequeñas gotas que mojan con violencia a los pocos transeúntes que todavía rondan las calles oscuras, y es que es viernes, el mejor de los días para la libertad, tanto como las discos y bares que rebosan de personas buscando desasosiego.

Los bajos mundos no son la excepción, a pesar de todo, naturalmente las formas de expresar el movimiento de los hombres eran las consecuencias balísticas de confrontaciones entre organizaciones de distintas índoles, compartiendo simplemente la ilegalidad de sus acciones.

—Es extraño tenerlo con nosotros, jefe~

La voz cantarina de uno de los ejecutivos de Boten, el hermano mayor de la dupla Haitani anda a paso alegre por el pequeño pasillo adornado con preciosos candeleros, el piso cubierto por la alfombra costosa de un rojo intenso hacen resaltar su elegante andar, puesto que no es el único ha de mencionarse que no es común ver, menos aun a siete hombres claramente peligrosos, andando campantes por el bar de un conocido socio, un socio que ha estado desviando ganancias de los clubes clandestinos propiedad de la organización.

—Necesito liberar un poco de estrés—. Susurra Takemichi, andando a la cabeza como dueño y señor de todo, y es qué lo es.

El pelinegro avanza con su séquito pisándole los talones, su peculiar traje de un azul marino, cortesía de Ran, hacen resaltar su bonita cabellera azabache, sus ojos azules brillan con relativa intensidad gracias a la adrenalina que corre por su sangre.

—Takemichi, ¿estás seguro de esto?

Quién ha preguntado nerviosamente es Takuya, que a pesar de tener ese aspecto terrorífico e intimidante, todavía mantiene esa dulzura cálida que lo caracteriza.

—Koko lo ha confirmado, es hora de limpiar, por supuesto.— Se entromete Rindou, quitado de la pena, con las manos en los bolsillos de su pantalón, encorvado por la flojera y entrometido como él sólo.

Nadie pregunta más nada cuando Takemichi los calla con una orden.

Tras unos segundos avanzan lo suficiente como para alcanzar un lugar especial, una puerta de madera que es el final del pasillo, custodiada por dos hombres que han de suponer eran de seguridad.

El pelinegro continua su avance sin inmutarse y una sonrisa cálida nace en sus labios, Takuya y Makoto quien hasta el momento no ha dicho ni pio cruzan miradas expectantes.

—¿Se encuentra Matsuda-san?— Pregunta Takemichi en forma amigable.

Los hombres fornidos lo miran cual pulga, pequeño y débil, osan mirarlo mal e ignorarlo.

Takemichi suspira aún con una sonrisa pintada en los labios y se acerca visiblemente a uno, es mucho más bajo pero se apoya en sus puntas, levanta la cabeza y admira al hombre trajeado de negro como los guardias de películas clásicas.

—¿Se encuentra Matsuda san?— Pregunta nuevamente.

Es ignorado.

Ran es quién suspira esta vez y a paso rápido llega hasta su jefe, con un movimiento rápido desenfunda el arma que traía, apunta directamente a la cabeza del gorila que apenas tiene tiempo de reaccionar para mirarlo, el silenciador es notable, tanto que cuando dispara el ruido es reducido aunque Takemichi gruñe al verse manchado por un poco de sangre.

Todo pasa en cámara rápida, el otro gorilón volteando sorprendido y aún más se sorprende al ver al menor de los Haitani justo a su lado listo para darle un justo y duro golpe en la cabeza con la culata de su arma, algo que falla pues el tipo sigue consiente, cosa suficiente como para que Rindou le tome de la cabeza y tuerza su cuelo con la suficiente fuerza.

This is gospelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora