III. ... nada...

164 10 51
                                    

Aquello fue zambullirse de cabeza a un mundo totalmente desconocido para el británico, y eso lo entusiasmó, con su espíritu de la aventura en alto. Con un tesón poco usual en él, quedó atento a las instrucciones de su compañero en cuanto le empezó a mostrar imágenes, algunos videoclips y, finalmente, se sumieron en explorar las letras de las canciones con ayuda de un traductor para acompañar las palabras que, involuntariamente, comenzó a aprender. Allí pudo, inclusive, categorizar los descubrimientos.

Estaban las canciones conocidas que hablaban de amores perdidos como De Música Ligera, Ángel Eléctrico y experiencias íntimas como Un misil en mi placard; o resentimientos ocultos, como La Ciudad de la Furia. Obsesiones que rozaban la locura como Ella usó mi cabeza como un revólver, y el dolor de la pérdida del ser amado, como en Té para tres. Mas las que lo impactaron fueron las menos populares, por razones obvias.

—Son como las canciones under de Queen— le señaló Martín — . Las esotéricas, que hablan de profecías, sueños y visiones inconexas, y surrealismos que ocultan mensajes o emociones. — con entusiasmo, le mostraba en su tablet las letras, explicando contextos y algunas aclaraciones culturales cuando venían a cuento.

—Me suenan super raras, pero no... mal — comentó el otro entre una canción y otra — . Son músicos de verdad, se nota en la ejecución. Es como un rock americano, entre la balada pop y con toques del sufrimiento del tango — comentó seriamente, mostrando que sabía bastante más de lo que aparentaba — . No es mi estilo, pero les respeto eso.

—Así empecé yo también, respetando — se rió — . Y acá estoy.

—¿Y cómo es que sabes tanto de punk, al punto de irte a estos tugurios que tenemos aquí, si te gusta también este estilo?

—En realidad... no me interesaba nada. — señaló serio, entre una pitada de cigarrillo y otro; uno que tomaba entre sus dedos con un gesto muy elegante, noto el inglés.

—¿Y qué pasó?

—Encontré un refugio — respondió, señalando con la misma mano con la que fumaba la tablet que el otro tenía en la falda — . Estas personas se convirtieron en la voz de mis pensamientos, de mis sentimientos, de años algo... duros.

—Ja, alguien como tú no puede haber tenido nada como una vida dura.

—Estás equivocado — le dijo, con el ceño fruncido — . No estoy menospreciando el dolor ajeno por ocuparme en el mio. Pero la pasé mal.

—Pues a ver, brat prince, hagamos un ejercicio de comparación — se cruzó de brazos, con un tono severo — . En casa somos cinco manteniendo un sucucho que ahora es ilegal porque se nos vencieron los papeles, después de que nuestros padres fallecieron en un accidente hace muchos años. Así que somos, para el gobierno, okupas de nuestro propio hogar; ¿irónico, no? Siempre juntos, eso sí, pero viviendo al día — fumó un poco, apagando la colilla contra el cenicero — ¿Qué te pasó a ti?

—Un padre español rico, distante y siempre ocupado, que de accidente preño a mi madre en Buenos Aires y se olvidó que tenía un hijo, excepto para los cumpleaños. Sólo mis primos se acuerdan de que existo. Mi vieja, muy depresiva, se volvió loca de dolor y terminó internada en un psiquiátrico, que es la única cosa que mi padre le paga por lástima. Eso y "tirarme" el dinero de vez en cuando; a pesar de que le dije que no quiero nada de él, ni de nadie, porque me las apaño sólo — habló casi sin respirar, mirando al vacío. Al ver que el otro se había quedado en un respetuoso mutis, continuó — . A veces me vendría mejor que estuviera muerto, así deja de molestarme — lo miró — . Ahí tienes, mi historia de vida — el británico parpadeó unos segundos con lentitud.

De gustibus non est disputandumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora