La visita

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Y entre sueños profundos, se atravesaron unas garras pequeñas en mi camino, las cuales intente quitar pero cuanto más intentaba, más insistían.

- Hey, despierta. Dijo la voz, que sonaba por cierto como la de una persona muy adulta.

- ¿Quién eres tú? –Respondí sin abrir mis ojos, porque así me visitara un duende, mi cansancio podía más que mi curiosidad–.

- Abre los ojos. Insistió de nuevo la voz, rozándome con algo similar a unas garras pequeñitas.

Insistió e insistió, hasta que con poca fuerza decidí abrir mis ojos y la vi. Era mi mascota, había muerto hace 10 años y nunca había venido a visitarme, al menos no hasta hoy.

- Puede que tengas muchas preguntas, pero seré breve con lo que te diré: ¡Deja de culparte por aquello que no te corresponde!

- Oye, eres un...

- Perro, si, lo soy... pero estuve 16 años contigo como para saber quien eres, lo que te hace feliz y lo que te entristece.

- ¿Y cómo sabes que no soy culpable de aquellas cosas?

- No sé si estés al tanto de esto, pero... esa patraña de que los perros no van al cielo porque no tienen alma, es una vil mentira. Miles de mascotas famosas, cachorros que no nacieron, allí estoy, con todos y déjame decirte... ¡Es un sitio genial!

Lo miré asombrado y no podía creer lo bien que se veía, lo sano, lo alegre, y en ese momento me golpeó un poco la nostalgia.

- Te esperé muchos días, es decir, sabía que tenias que descansar... pero no sabes cuánto espere por este momento.

- Yo también deseaba verte. Pero el cielo tiene sus reglas, no puedo rondar por ahí como quiera, cuando quiera.

- ¿Y porque elegiste este momento? –pregunté, emocionado-

- Ya sabes lo que dicen, una buena mascota nunca muere. Siempre se queda.

Ambos reímos y creció cierto momento de tristeza en el aire, hasta que vio debajo de mi cama y vio a mí otro perro.

- ¿En serio todavía lo conservas? Pensé que con lo tonto que era se habría escapado. –dijo riéndose–

- ¡Oye! Tal vez persiga su propia cola de vez en cuando pero es amable y de gran corazón.

Lo que se suponía que debía ser mi perro bajó y se acercó a rodear a mí otra mascota, recostó su cabeza de su pecho causando que esta se despertara...

- ¿Él puede sentirte? –dije, mientras le acercaba las manos curioseando –

Y nada... no sentí, nada, para mi decepción.

- Oye chico, no es igual para todos.

- ¿Y que pasará ahora? ¿Tan solo me vienes a ver y te vas?

- Digamos que vine para que recordaras que eres bueno, eres un chico bueno... un hombre, bueno. Y que si te vieras como te vi yo mientras estaba vivo, te perdonarías a ti mismo por tantas cosas.

- Pero es que yo...

- Te estabas amarrando los cordones y yo me escapé por una pelota. Yo y solo yo tengo la culpa de esa pequeña pelota que terminó apagando mi corazón. Oye, creo que eres súper... pero no esa clase de súper.

- De verdad, lo lamento mucho. –Mencioné, mientras empezaba a llorar –

- Lo sé... y que me toque irme de nuevo lo lamento yo también.

- ¿Me recordarás? –Pregunté, mientras lo miraba una vez más–

- Y te observaré también, siempre.

- Gracias por ser una gran mascota.

- Gracias a ti, por ser un gran, gran ser humano. Salúdame a tu padre, extraño morderle sus zapatos, dile al chiquitín que lo haga por mí. No olvides comerte todo lo que te cocine tu mamá, ella se esfuerza mucho... y esa chica que te gusta, ¡Invítala, le gustan los cachorros tontos como ese que tienes allí!

Y así, lo vi desvanecerse... Esa fue la primera de miles de visitas que me hizo, no físicamente... sino espiritualmente. Desde esa visita en particular, sentí el corazón más ligero, más alegre, como si desde ese entonces la presencia de mi perro estuviese más latente. Sin duda alguna, fue mi mejor visita, porque desde que llegó hasta que se fue, me alegró el corazón.

Pequeñas historias para sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora