Prólogo

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De todas las personas que podrían haber en su puerta, aunque no es como si conociera a muchas, Ashton Rivers tenía su mano en el pomo de la puerta de su casa y esperaba pacientemente mientras gritaba el nombre de la chica.

Ashton, el patético guitarrista de la banda gótica del instituto, el que tocaba su guitarra sin cesar hasta las tres de la mañana y cantaba como un ángel, aunque lo desperdiciara gritando en los álbums de Magnesio, su banda favorita.

Ashton, el chico raro que prefería una guitarra antes de un amigo y podía pasarse semanas encerrado en su casa sin que sus padres estuviesen, o el cual cuyos padres habían comprado un viejo auto gris que nunca usaba.

Ashton, el chico que era miembro del equipo de atletismo hace un par de años atrás pero luego de su fractura usaba camisas de equipos desconocidos y con significados que solo él conocía.

Ashton, el pelirrojo que pasó toda su infancia persiguiendo a su perro en el patio de su puerta trasera y tenía siempre la misma raza que, además, siempre llamaba Brady.

Ashton se mecía de un lado a otro, nervioso. Él no sabía que podía verlo por la ventana y ver cómo se limpiaba sus sudadas palmas en sus desgastados jeans negros. La chica corrió por el pasillo y atravesó el vestíbulo lentamente, no quería hacer ningún ruido para poder observarlo por la ventana de la puerta.

Cuando lo volvió a ver estaba de espaldas y las cicatrices en su brazo izquierdo estaban al descubierto en su camisa gris. Pensaba que volvería a casa, pero se dio la vuelta y la chica cerró rápidamente la cortina, esperando que no la hubiese visto.

Se arregló rápidamente el cabello y se volvió para abrir la puerta con la mejor sonrisa que disponía.

—Hola, Ashton.

Él pensó unos segundos antes de devolverle la sonrisa y mirarla directo a los ojos—Hey, Morgan.

Acomodó sus gafas de pasta fina y le sonrió. No sabía por qué sonreía tanto, pero su mirada la puso tan nerviosa que lo único que pensó para ocultarlo fue ensanchar su sonrisa.

Fingir era algo que se le daba bien.

—Quizá te preguntas qué hago aquí—Prosiguió el pelirrojo—, pero tengo que confesarte que yo tampoco me entiendo mucho, así quería hacerte un par de preguntas...

Morgan dejó de escuchar su voz y solo se enfocó en el pequeño piercing de su mejilla derecha, justo donde estaba su hoyuelo. El chico era rarísimo con su actitud punk y eso espantaba a muchas chicas, pero a ella no. Siempre pensó que, en efecto, era un raro, pero ella incluso más rara que él. Se la pasaba estudiando durante las noches y encontraba una relajación en los números y las ecuaciones, además de que la mayoría de su salón no le prestaba atención y sus amigas eran tan falsas que la dejaban aislada de las cosas fuera de clases y ella tenía que oírlas comentarlo al día siguiente.

—¿Me estás escuchando?—Espetó el chico, frunciendo el ceño.

—No estaba concentrada—Se apresuró en decir—. Estaba pensando en otras cosas. Perdón.

—No pasa nada—La sonrisa del chico flaqueó y ella supo que mentía. Se mordió su labio, nerviosa.

—¿Qué es lo que decías?

—Pues, estaba tratando de decir que me gustaría saber qué harás este fin de semana. Sé que en los  próximos meses nos graduamos y eso, pero quizá no estés tan ocupada, al menos eso creo.

Algo en la mirada del chico la hacía sentirse muy incómoda, era profunda y abierta. Morgan se removió en su puesto y pensó en lo que dijo el chico.

¿Que qué haría en unos meses? Ella no estaba segura de poder decirle qué haría la próxima semana, menos podría responder eso. Miró al chico que miraba con aburrimiento el frente de su casa, esperando una respuesta.

—Yo...—Empezó, llamando la atención del pelirrojo nuevamente—. La verdad no creo que tenga ningún plan este verano después de la graduación, aunque quizá busque un empleo de medio tiempo o algo.

Él respiró hondo y la aterradora profunda mirada se posó en Morgan otra vez. La chica desvió la mirada y él hizo un sonido extraño por lo bajo, parecido a un gruñido.

—Bien, sí—Se enderezó—. Me gustaría que consideraras lo que te voy a proponer, sé que no tienes idea de por qué te hablo precisamente ahora, pero significaría bastante para mi que aceptaras.

No terminaba de decir completamente lo que quería y eso, en cierto punto, molestaba a la chica, que solía ser discretamente directa.

—¿Y entonces...?

La rubia ya estaba empezando a impacientarse ante su repentino silencio.

—Bueno—El muchacho apartó la vista e infló su pecho de aire—, quiero que pases los siguientes 94 días a mi lado, Morgan.

94 Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora