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Los segundos se hicieron minutos y los minutos horas: el llanto solo paró cuando noté que el sol caía, y  el cielo se estaba poniendo rosa, como le gustaba a mamá siempre remarcar. Me arreglé como pude, cerré la puerta con llave y arranqué a caminar hacia casa, intentando evitar pensar en todo el desastre que casi con seguridad había hecho Norris en mi ausencia.

Tampoco que la liberación de la casa de mi infancia había llegado en un mal momento, ya que a la que yo volvía una y otra vez se trataba en realidad de la de mi ex novia: hace unas semanas  abiertamente lesbiana. La verdad que me hubiera sorprendido si no fuera porque cada serie o película que elegía para que mirásemos juntos tenía esa  revelación al principio de la trama, para llevar al héroe a su límite. Además, era imposible seguir ignorándo lo poco que solíamos hacer el amor -solo en situaciones estrictamente necesarias- y  lo particular del alivio parental  cuando les dijo que tenía novio. Tan grande fue su sorpresa que nos compraron el monoambiente en el que vivimos felizmente, casi como amigos,  varios meses. Me abrazó y dijo que se iba a quedar con su novia unas semanas para darme tiempo de salir a mi ritmo y llevar las pocas cosas que yo había aportado, desde un pésimo sexo oral hasta el mate que usábamos todos los días, conmigo.

Probablemente podría, si quisiera, llorar por unos días más debido a la situación actual. También podría mudarme a lo de mamá para intentar comunicarme con su fantasma. O vender su fantasma al mejor postor e intentar ver qué puedo hacer con eso. Casi sin pensarlo saqué el encendedor rojo que me había robado de los almohadones del sillón  y la urgencia de un cigarrillo se apoderó de mi cuerpo. En el primer kiosco que encontré pedí que me dieran un paquete. De cualquier marca, no sé. Bueno de la más barata entonces.

Con mis pulmones temblando pero con mano firme comencé a caminar sin saber muy bien a dónde, fumando lo que sería el primero de muchos.

La verdad que nunca me había planteado cuál era mi sexualidad. Suponía que tampoco era tarde para hacerlo, pero no sabía cómo. ¿Es simplemente vivir y ver a qué te sentís atraído? A mi parecer era lo que venía haciendo desde siempre. Tal vez primero tiene que estar la semilla de la duda y recién ahí el vivir para ver empieza a tener sentido, ya que todo se ve con otros ojos. No me desagradaba Jose, la pasábamos bien, pero tal vez era demasiado limitado nuestro contacto para saber si ella representaba a todas las mujeres o solo a una que en la oscuridad me tocaba con timidez. Tal vez fue que en la secundaria todos estaban tan seguros de lo que eran que me dio miedo siquiera probar por si me tenía que echar atrás. Tal vez fue que los pocos amigos que recupero en el día de hoy siempre asumieron mi heterosexualidad y fue una decisión grupal que así me quedaría. Pienso en todas las personas que se tuvieron que ocultar a lo largo de su vida, en todas las que constuyeron una que no les pertenecía, y me averguenza no entenderme a mi mismo cuando tengo el privilegio de hacerlo.  ¿No debería saberlo desde siempre? ¿No debería ser tan difícil determinar qué me gusta o qué no? ¿Por qué antes que pensar en todo lo que estaba pasando me desviaba a un tema que había activamente reprimiendo durante tantos años?

La noche estrellada ya se expandía sobre mi, y los cuatro cigarrillos fumados de puro autómata me habían perdido en la caminata sin fin que había tomado. Dónde estaba era un misterio, la batería de mi celular un chiste, y la luz de la luna, inexistente. Cuando pude encontrar una avenida, caminé sobre ella hasta toparme con un colectivo que se me hiciera familiar, que me dejó subir aunque no tuviera con qué pagar, y que arrancó sin importarle a dónde iba. Si a mí no me importaba, no podía pretender que a extraños si.

En algún momento caí que me acababa de alejar de cualquier lugar que se me hiciera conocido. El que sea. El chófer me pidió que me bajase en la aparente terminal, y no tuve más remedio que hacerlo. El mapa en pésimas condiciones que se encontraba en la parada me confirmaba que ese mismo colectivo pasaba a unas cuadras de mi casa, sólo que no había tenido mejor idea que tomármelo para el lado contrario. No hay otra que sentarme a esperar, me dije, sorprendiéndome de los pocos cigarrillos que me quedaban para la vuelta.

Los colectivos parecían ya no tener ganas de pasar, y más de una vez estuve a punto de empezar a caminar para al menos ir acercándome un poco a destino. La tercera vez que la idea pasó por mi cabeza, ya con las palmas en mis rodillas y dispuesto a impulsarme hacia arriba, una pesada mano atrapó mi hombro a mitad de camino.

-¿Todo bien?-preguntó una voz rasposa.- ¿No querés comprarme unas medias?-ninguna de las dos preguntas parecían tener respuesta correcta, así que me limité a no buscarla. Ante mi silencio le pareció lógico sentarse a mi lado, apretando su cuerpo contra el mío, dándome a entender que, si él no quería, yo de ahí no me iba. -Mira, a ver si te gusta alguna- me pasó la bolsa de papel que tenía en las manos y yo, instintivamente, la agarré.- Que te fijes te dije-resignado abrí la bolsa, que para mí sorpresa cargaba con un arma. Me gustaría poder ser más específico y hablar sobre el calibre o esas cosas, pero la realidad es que con duda podría decir que era un revólver. - ¿Ves lo que tengo? ¿Qué vas a hacer ahora?

-Lo que tengo yo, querrás decir. -no lo pensé mucho, tal vez demasiado poco, pero me pareció  una importante aclaración.

-No entendiste nada pibe, ese es mi chumbo. Yo te tengo como quiero. -insistía, a esa altura, creo yo, intentando convencerse a él mismo de que seguía teniendo el control de la situación.

-No... Yo tengo tu chumbo en mis manos. Me lo diste. ¡Recién! -le expliqué, alzando la voz. Aunque lo intentara, no podía parar, sabía que yo no planeaba usar el arma contra él y no me importaba si él la quería usar contra mi. Su rostro pasó por cinco expresiones diferentes antes de llegar a la de puro enojo, como si su error hubiese sido mi culpa. La arrancó de mis manos, y la apuntó frente a mi sin sacarla de la bolsa.

- ¿Y ahora quién la tiene, eh? Decime a ver. -la situación de peligro rebotaba contra mi escudo hecho de angustia. Si me quisiera matar ya estaría muerto, como mucho sacaría algún que otro moretón que en días se me iría sin dejar rastro.- Te hice una pregunta, amigo.-énfasis en la palabra "amigo" como si quisiese asegurarse de que yo entendiera que no lo éramos.-Dame todo.-vacié mi bolsillo dando a entender que lo que tenía era, efectivamente, nada.- Dale pibe, qué te pasa, te hacés el gil vos.

-Se murió mi mamá hoy. - tiré, sin saber bien por qué. Todavía no lo había hablado con nadie, todavía no había recibido mi primera mirada de compasión o el abrazo de te quiero contener pero no sé cómo. No había logrado reunir las fuerzas para ir a buscarlo, pero ante la pregunta qué te pasa, todo parecía querer salir a la luz. - Fui caminando a la casa y me olvidé de todo.

Me miró un rato a los ojos intentando buscar alguna prueba de que le estaba mintiendo, buscando más razones aún para usar su arma. Para mi suerte -y futura desdicha- pareció encontrarse con tristeza pura y sincera, porque dejó de apuntarme, convirtiéndose una vez más en bolsa y  volviendo a ser las inocentes medias que me había ofrecido al principio.

-Yo no sé qué haría sin mi mamá sabés...-me respondió después de varios minutos de silencio y análisis- Debe ser horrible, mi más sincero pésame.

Y sin mucho más desapareció en la noche como había venido. Ni un gracias pude decirle. Para mí asombro también las luces del colectivo correcto cegaron mis ojos segundos después, como si el embotellamiento de mis sentimientos era lo que estaba generando la mala suerte constante, y el simple hecho de dejarlos respirar trajera por fin un poco de paz a mi día.

Abrí la puerta de mi casa y me fui despojando de mis zapatillas, remera y pantalones, para dejarme caer con los brazos abiertos contra la cama. Nada cansa más que llorar, me dije antes de entrar en un sopor profundo, del que solo podía sacarme algo como el maullido de Norris en mi oreja, quejándose de la falta de comida en todo el día. Me obligué a caminar a la cocina, de la cual solo me separaban tres pasos, y cubrí el piso con comida para gato. Problema de mi yo del futuro. Me sorprendió un poco cuando en vez de una sombra vi dos comiendo apresuradamente, pero no lo suficiente. Otro problema para mí yo del futuro.

A quién le importa lo que yo digaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora