Kyle se detuvo enfrente de mi casa, me despedí de los chicos y bajé.
—En una hora paso por ti, Emma —dice Kyle.
Habíamos planeado ir a una fiesta de un amigo de Kyle, la fiesta estará muy llena y tengo entendido que las fiestas de su amigo se ponen muy buenas, así que no hay nada que perder.
Lily no podrá ir porque tiene que estudiar, mañana tiene un examen muy importante, así que seré solo yo con tres chicos.Abro la puerta y miro a mamá viendo La Ley y el Orden.
—Hola —digo.
—Hola, cariño. ¿Cómo les fue? —preguntó.
—Muy bien, solo fue asombroso.Subí las escaleras hasta mi cuarto, me quite la ropa y me di una ducha rápido. Salí temblando del frío.
—¡MAMÁ, PON LA CALEFACCIÓN! —grité. Al momento aire caliente empezó a salir y mis músculos se relajaron.Me acomode en unos shorts y camisa decentes y me puse unos mocasines negros.
De repente paso todo, mi cabeza empezó a doler mucho, un mareo horrible se apoderó de mi, no sentí cuando caí al suelo, sólo caí.Desperté, el olor familiar hizo que supiera en donde estaba. Abrí los ojos y vi a mamá.
—¿Qué pasó? —mi voz ronca se escuchaba muy mal.
—Otra recaída, cariño. El doctor dijo que cuando despertaras podríamos ir a casa, sólo te sacará unas cuantas muestras de sangre.
—¿Todavía quiere más sangre? —reí, mis ojos buscaron a papá.
—Papá está en la cafetería, esta muy cansado. Ya regreso, le diré que despertaste, por cierto, cuatro personas quieren verte —ríe mientras salía.
—¡Emma, Dios mio! —gritó Lily, seguida por tres chicos.
—Nos quieres matar del susto —dice Kyle.
—No puedes morir todavía, Emma. Sin ti no fueramos cincos, seríamos cuatro y eso sería muy aburrido —agrego Ben.
—Trataré de vivir más, para que siempre seamos cinco —todos rieron.Pasamos hablando, hasta que llegó el doctor Thomas, diciendo que todos salieran. Rob y Kyle le hiceron una muy mala cara, pero al final salieron, todos salieron.
—Hola, Emma. ¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Si le digo que bien ¿puedo ir a casa? —dije.
—Creo que no, primero es lo primero —dijo sacando una enorme aguja de su carrito.Me cambió la aguja del suero, por ésta, vi como la sangre empezaba a salir y recorrer ese tubo transparente.
—Emma, tengo malas noticias. Tus padres no querían que te lo dijera, pero tengo que hacerlo, tu estudio anterior no salió muy bien y...
—¿Cuánto me queda? —dije, sabía lo que era. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No quería morir, quería envejecer.
—Emma —vaciló.
—Sólo dígame, por favor —sentí como las lágrimas corrían en mis mejillas.
—Siete meses —soltó.
—¡¿Meses?! —grité.