9. Vas a estar conmigo

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Tres semanas. Ese tiempo no parecía suficiente para haber curado todas sus heridas. No había dejado de recibir mensajes y llamadas de Nate, todas desde el número de Alex. Había estado dispuesta a perder todo por él, por apartarse de su propio destino y fingir que su vida era mejor con Nate, pero no había sido real. Era todo parte de una especie de sueño.

Pero la realidad golpeó a su puerta, en el mejor momento. Deseaba hablar con Nate, pero sabía qué si lo hacía, acabaría por perdonar cosas que eran imposibles.

—¡Atentos! ¡Cámaras! ¡Acción! —gritó el director de la escena del nuevo anuncio de coches.

Su idea había sido un éxito, pero quién tenía como bailarines no era los que ella hubiera elegido. Tampoco pudo decirle a Nate nada, no después de lo que había ocurrido. Estaba triste siempre y cuando se encontraba sola en su casa o en la oficina, lloraba. Pero de cara al público era como si tuviera muy claro que iba a elegir a Matthew para su cita final.

Se apartó del set de grabación y sujetó su móvil una nueva llamada estaba entrando y el corazón se le encogía cada vez que pasaba eso. Ya la había llamado desde el teléfono de todos sus amigos, y había bloqueado todo número o contacto que no formara parte de su trabajo. No quería que le llamara o que ablandara su enfado. No era el momento para aquello.

—Hola —dijo la voz de Matthew al otro lado—. Soy Matthew, bueno, te llamaba porque dijiste que volverías a verme y... No lo has hecho.

—No sabía si querías verme —contestó, dudosa.

—¿Estás de broma? No tienes la culpa de que un Yonki quisiera robarme —la interrumpió, antes de que pudiera seguir hablando.

Suspiró nuevamente, y pensó en aquella mentira. Les había dicho a los policías que un drogadicto se había tirado encima de Matthew con la intención de robarle. Debió haber dicho la verdad en el momento indicado, aquel chico, era casi su novio y consideró oportuno tirarse encima de alguien que la estaba besando.

—Entonces iré a verte está tarde —suspiró, agotada.

A excepción de las llamadas que recibía de tanto en tanto, su vida había vuelto a la normalidad. El programa tuvo que retrasar el estreno de los dos últimos episodios, por las lesiones que Nate dejó en la cara de Matthew, y sus padres volvían a estar felices y dispuestos a seguir en su vida. Sam era otra persona que la había felicitado por su cambio de opinión y la había ayudado a echar al chico tatuado del portal de su casa.

Había ido más de tres veces a buscarla y Sam siempre le decía que llamaría a la policía si no se iba. Al principio su amenaza no surtía efecto, pero una noche acabó llamando de verdad y tuve que colgarle el teléfono cuando vi a Nate irse corriendo.

—Rachell —dijo el señor Holmes, dándole la mano—. Este anuncio es el mejor, te lo puedo jurar. Has hecho un estupendo trabajo.

—Muchas gracias, señor —contestó, estrechándole la mano.

—Has tenido una buena inspiración —comentó, sonriendo—. El vídeo que tu amigo me mandó era espectacular. Me gustó mucho como bailabas, tú y tu amigo.

Asintió sin muchas ganas, cerró los ojos para volver a imaginarse en aquel lugar. Lo volvió a tener en frente y la sostenía de la cintura para hacer un paso conjunto. Fue una de las veces que más feliz se sintió, pero todo cayó demasiado deprisa. No había tenido tiempo de disfrutar de su noviazgo.

—Mi hija, Agatha, tiene una escuela de baile —dijo el señor Holmes de repente, pasándole una tarjeta—. Podrías decirle a ese grupo que se presente a las pruebas.

Rachell sujetó la tarjeta, aunque no sabía si iba a usarla, seguramente no, se quedaría en un cajón de las cosas que todavía pensaba que no podrían ser. Como todo lo que había ido coleccionando a pesar de tener muchas ganas de hacerlas. 

***







Aquella noche cuando llegó a su casa descubrió una nota en la nevera. Sam había salido a una discoteca con uno de los bailarines y esperaba que hubiera tomado la decisión correcta al verse con Matthew. Para su mejor amigo, era como si la única opción correcta fuera el chico que descansaba en un hospital con la nariz recién arreglada, pero que había sido rota y magullada hacía tres semanas.

«¿Y cuál es la decisión correcta?», se preguntó, suspirando.

Su móvil sonó de nuevo sobre el mármol de la cocina, donde lo había dejado. Respiró hondo viendo que se trataba de un teléfono que volvía a no tener guardado. Ya había acabado su horario comercial y sabía que no era nadie del trabajo, por lo tanto, solo podía ser él. Lo dejó sonar varias veces, sin dejar de mirarlo, quería que colgara, que se diera cuenta qué no iba a cogerlo, pero, por otra parte. Deseaba escuchar su voz.

La llamada se cortó a los pocos segundos, y ella pareció aliviada, como si tomar aquella decisión le hubiera costado más que la de no verle. Se sentía desleal por haberse dejado besar por otra persona a pesar de que no era nada de Nate. Se sentó delante del mármol y guardó el número para poder comprobar a quién había pedido el teléfono esa vez.

«¿Qué?», se preguntó extrañada.

La foto de perfil de la persona en cuestión era una que ya había visto muchas veces. Arqueó las cejas y buscó en su propia galería. No era muy dada a la fotografía, por lo tanto, se le hizo fácil encontrarlas. El corazón le dio un vuelco al verlo, estuvo tentada a borrarlas y a no mirar ni siquiera que era lo que estuvo haciendo aquella tarde con su móvil.

Sin embargo, las paso, una por una, deslizando el dedo de derecha a izquierda. En todas salía sonriendo o poniendo caras extrañas, hicieron que una suave sonrisa se dibujara en su rostro y de repente, entre todas ellas vio un vídeo, volvía a salir él, sonriendo. Esa vez en vivo y en color, hablando, como si lo hiciera directamente hacia ella. No pudo evitar pulsar Play y verle.

Muy seguramente pensarás cuando veas esto que estoy loco, perdidamente loco. Creí que eras un ángel entrando al infierno para rescatarme. No voy a culparte si después de hoy, no quieres verme más. Puedes creer que te he robado el móvil o qué estoy siendo un imbécil —su sonrisa se intensificó más y sus ojos verdes parecían reflejar felicidad—. Perdone señora, me podría grabar. Es una declaración de intenciones muy, muy seria.

Eso la hizo soltar una carcajada en mitad de su salón vació. Había parado a aquella mujer, emocionado para que le grabara y pudo verla claramente alzando una ceja, muy extrañada. Se sentó en el sofá con el móvil cerca, como si así también le pudiera sentir más cerca.

No me conoces de nada, pero yo siento dentro de mi pecho, aquí —se señaló el pecho en el vídeo y ella también se llevó una mano allí—. Que nuestras manos están hechas para tocarse, nuestros corazones para amarse y nuestras miradas para encontrarse en cualquier lugar del mundo.

Pudo escuchar un suspiró de la mujer que todavía sostenía el móvil con la mano temblorosa. Nate se movía y a la mujer se le hacía difícil grabarlo. Parecía un niño hiperactivo, moviéndose sin parar. Parecía no saber cómo continuar, pero entonces, se llevó una mano a la cabeza y se acercó a la mujer de repente.

El punto al que voy. Es que ya lo dicen. Cuando encuentras a la persona tienes que arriesgarte y debo hacer esa pregunta... ¿Quieres arriesgarte conmigo? ¿Cree que lo entenderá? —le preguntó a la señora.

El vídeo se detuvo allí, así que ella pudo entender que tras esas palabras ella ya había salido del restaurante y se estaba encaminado hacia él. Con mala cara porque no sabía todo lo que iba a deparar su historia. 

ImPerfecto (Obra ganadora de PGL Awards)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora