1. El chico del Skate

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Rachell tecleó sin parar en el ordenador de mesa que tenía delante. Necesitaba acabar con el trabajo para poder salir antes. Respiró varias veces de forma profunda, y borró todo lo que tenía escrito hasta ese momento, negó con la cabeza, y volvió a empezar desde el principio. Tenía que hacerlo perfecto o todo se iría al traste, incluso su reputación.

Convencer al cliente le estaba resultando de lo más complicado que había hecho desde que había adquirido el mando de la empresa de su padre. Desde aquel día, toda su vida se había complicado, muchos pensaron que estaba allí, solo por ser quién era y no creían en su talento. Las miradas hacia ella, nunca eran agradables. Y justo por eso, se había puesto metas y tenía que demostrar que se había ganado el ascenso.

La oficina se encontraba en el piso veinte de un lujoso y nuevo edificio del centro de Nueva York. Era un lugar bonito, y amplio, grandes paredes blancas, estaban decoradas con cuadros antiguos y caros. Su mesa estaba en el centro, y a su espalda, tenía las vistas más perfectas de Central Park. Era un paraje idílico.

Su café tardaba más de lo deseado, por eso, a la vez que tecleaba el correo que tenía que enviar para convencer al gran empresario, levantaba la cabeza para observar hacia la puerta y continuaba esperando a su mejor amigo y esa bebida que le haría el día más fácil. No tenía tiempo para nada, y no podía ir a buscar el café ella misma.

Finalizó el correo con una buena y directa declaración de intenciones. Y suspiró de nuevo, mirando hacia el ordenador, llevando una mano a un mechón de pelo rubio y lo retorció en su dedo, creando una especie de rizo.

—«Si todavía no le convence, podría quedar conmigo para comer y le expresaría nuestras ideas en persona» —volvió a leer, cambiando algunas palabras de lugar.

Llevó el ratón a la pestaña de enviar, pero antes de poder darle, la puerta de su oficina se abrió. Sam hizo acto de presencia, sonriente como siempre. Llevaba puestas unas nuevas gafas de pasta, moteadas en un color brillante, azul metalizado. Se había peinado el pelo entero hacia atrás y olía mucho a colonia. Era como si tuviera él la cita.

Dejó el café sobre la mesa y Rachell fue consciente, de que esperaba algo más. Pero no podía decir nada por qué todos habían decidido que aquello era lo mejor. Al ver su silencio, Sam se aclaró la garganta.

—¿No me vas a dejar mal verdad? —preguntó Sam.

Rachell negó con la cabeza, moviendo las hebras de su pelo rubio para colocarlo detrás de las orejas, dejando el medio rizo cerca de su mejilla. Su mejor amigo se sentó, tamborileando con los dedos encima de la mesa, nervioso, mientras ella decidió centrarse de nuevo en el escrito. Podía suponer un antes y un después, ni siquiera su padre había logrado un contrato con esa marca. Estaba dispuesta a arriesgarse.

—No seas un muermo —soltó de repente, Sam—. Veo que vas a aburrir hasta al camarero.

Rachell alzó la vista, frustrada. Él y sus padres la habían metido en ese caos. Iba a ser ridículo y espantoso, pero accedió porque sabía que, en realidad, tenían razón. Debía hacerlo. Por mucho que su vida fuera perfecta siempre le había faltado algo, pero encontrarlo así, le parecía lo peor que se le había podido ocurrir a su buen amigo Sam.

—Intenta no sé, ser divertida, llevar las riendas —continuó Sam, algo tenso—, que no te importe que una cámara os esté grabando.

—¡Oh, genial! —exclamó Rachell—. Ahora crees que soy una aburrida. Dijiste que rellenara ese papel siendo totalmente sincera, ¿No soy yo misma entonces?

Sam chasqueó la lengua, poniendo los ojos en blanco y respiró hondo, estaba intentando mirar a su amiga con sinceridad. Se conocían desde que eran muy pequeños y sabía lo cuadriculada que podía ser. Solo estaba tratando de que no fuera tan perfeccionista. No le gustaba nadie, y nada más iba a tener cuatro citas para poder elegir una con la que poder empezar algo, que dejara de frustrarla y pudiera estar algo más relajada.

ImPerfecto (Obra ganadora de PGL Awards)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora