𝟦. 𝔄 𝔣𝔦𝔫 𝔡𝔢 𝔠𝔲𝔢𝔫𝔱𝔞𝔰, 𝔰𝔬𝔶 𝔎𝔳𝔞𝔯𝔣𝔬𝔯𝔱𝔥

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El día en que por fin pude salir y viajar con mis tíos, una vida terminó y otra empezó; a pesar de ser el mismo y que la llama seguía ardiendo en mi pecho con intensidad, pude regresar a tener una vida común, donde el olor a sangre y las sustancias no existían más, aunque en vez de agradecer ese hecho, lo repudié porque la abstinencia me estaba matando.

La ansiedad corría por mi cuerpo con violencia, sólo podía calmarme cuando cortaba mi piel una y otra vez. Ellos me encontraron en más de una ocasión rodeado de un charco de sangre, tirado en el suelo del baño; tras volverse común, retiraron la puerta de mi habitación y me obligaron a ir al psicólogo. Detestaba ir, no sólo por el idioma distinto al mío, sino porque me quería sacar información, entrometerse en mi vida. No hablé nada por sesiones enteras, hasta que un día, acercó su palma, pensé que quería tocar mis brazos llenos de cicatrices... Por instinto alcé mi mano y lo sujeté de la muñeca con fuerza.

—No sé quién se cree, no sé por qué debo venir a gastar mi tiempo con un viejo que pregunta estupideces. —Murmuré con coraje, regalándole una mirada repleta de odio. Mas no se inmutó, sólo me pidió que le soltase y obedecí, posteriormente apuntó algo en un papel y cuestionar la razón de mi enfado, sin embargo, volví a permanecer en silencio.

No quería ayuda... De alguna manera extrañaba mi casa en Halmstad. No estaba cómodo, me querían alejar de lo que era y no podía soportar más fingir ser otra persona.

—Quiero regresar. —Pedí en tono bajo, captando de inmediato la mirada sorprendida de mi tío que manejaba rumbo a su casa tras salir del psicólogo. Yo no solía hablar con nadie, pocas veces habían escuchado mi voz y sólo para decir por favor y gracias.

—¿Por qué? —Su duda era genuina, pero no quería responder esa pregunta. Aparté la vista de él y miré hacia la ventana; en ese lugar no había nieve a pesar de ser invierno.

El silencio inundó el ambiente por unos segundos, hasta que el auto comenzó a tomar otro rumbo, alejándose de los carriles para desviarse a un estacionamiento.

—Andrew... —Me llamó, mas no voltee. En ese momento no sabía qué pretendía hacer— Hijo...

—No soy tu hijo, no me llames así. —Protesté con frialdad. Escuché como soltó un suspiro; ya estaba harto de mí, no era mi problema, yo no les obligué a llevarme.

—Está bien, Andrew. Entiendo que seas rebelde, que hayas vivido cosas que están fuera de mi conocimiento, que trates de protegerte de algo...

—Tienes razón, no conoces una mierda. —Interrumpí con tal de terminar con el posible sermón que deseaba empezar— No vas a entender, ni tú ni Silje, ni el viejo de cada semana... Sólo déjenme.

—Eres menor y sabes que no te podemos dejar. Ahora Silje y yo estamos a cargo de ti, queremos darte una buena vida, ¿por qué no dejas que te ayudemos? —Y una risa burlona salió de mí de manera inconsciente.

—¿Ayudarme? ¿En qué? No necesito ayuda. —Estaba terco en mi postura. No deseaba cambiar, de otra manera sólo regresaría el niño ridículo que lloraba y se lamentaba cada noche, que dejaba que lo pisotearan... No quería ser débil otra vez.

Y sin decir nada, en un movimiento rápido, sentí cómo su gran mano sujetó mi brazo. La furia embargó mi ser, pues nadie, absolutamente nadie había tocado mis cicatrices, obligándome a girar mi cabeza en un movimiento rápido, empuñar mi mano y reprimir la acción de estamparle la cara contra el volante.

—¡Entonces dime qué es esto! ¡¿Crees que está bien?! —Me había alzado la voz, algo que sólo mi padre había hecho en contadas ocasiones. Quería que sufriera, deseaba que se arrepintiera de haberme hablado así, él no tenía ningún derecho de hacerlo.

KvarforthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora