1. 𝔏𝔞 𝔪𝔲𝔢𝔯𝔱𝔢 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔠𝔬𝔯𝔡𝔲𝔯𝔞

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"La vida es destrucción, miseria y sufrimiento, recuérdalo."

Esas palabras son las que mi padre siempre me dedicaba. En su tiempo no entendía el por qué, sólo comprendía el peso que estas tenían en mi existencia.

Recuerdo que era feliz, o podría decirse que ese sentimiento era felicidad. Borrosas memorias pasan por mi cabeza de vez en cuando; sé que mi mente está atrofiada, sé que quizá ni siquiera esas imágenes pueden ser reales... Pero si me dan un poco de tranquilidad en momentos donde mi propio ser pesa tanto donde la única salida es querer atentar contra mi cuerpo, lo tomaré.

En este momento, creo que sólo puedo ver hacia la nada, hacia un futuro que no existe, donde sólo hay oscuridad y formas de atentar contra mí y los demás. No lo voy a negar, se siente bien, me alivia y me da un propósito, ¿pero realmente vale la pena el costo de mis acciones? No lo sé, y tampoco quiero saberlo.

Quiero suicidarme, quiero dejar de existir y cumplir con los de deseos de mi padre, porque a pesar de odiarlo, él tiene razón; me duele admitirlo, pero el desgraciado tiene toda la puta razón. Desde que llegué al mundo, no he hecho nada más que sufrir y hacer sufrir a los demás, no merezco estar vivo, nadie merece estar cerca de mí. Estoy destinado a estar solo, pudriéndome en esta casa impregnada de alcohol, sustancias nocivas y sangre, demasiada sangre; no sé ni cómo lograré limpiar la alfombra.

En fin... No importa, creo que ni siquiera tendré que limpiarla.

Intuyo que mi madre no se sentiría nada orgullosa al verme en este estado tan deplorable, pero pensar en ella tampoco me ayudará, ya no existe... Al menos no viva.

Está fuera de lugar comentarlo, pero me encanta la nieve. Antes la odiaba, me causaba tristeza ver hacia la ventana en invierno, sin embargo, en este tiempo, al observar las calles tapizadas de blanco, acompañándome de este silencio sepulcral, puedo decir que no es tan mala y puedo abrazar esta estación de nuevo; desde hace años no la odio, al contrario, ese frío me da el valor que pocas veces he demostrado.

Otoño e invierno se han convertido en mis estaciones favoritas, más esta última, porque a pesar de los recuerdos que cada día se hacen presente desde que tenía nueve años, ese mismo dolor me da una especie de satisfacción; necesito sufrir para sentir que vivo.

Esa memoria tan vívida...

Tengo presente ese día en que murió. Fue mi culpa, si no hubiese salido tal vez mi vida sería distinta. Sé que no me hubiera dejado caer tan bajo y cuidaría de mí...

La ventisca azotaba la ciudad, llenaba los techos y jardines con ese frío manto blanco que adoraba utilizar al día siguiente; ambos solíamos jugar en el jardín con él, nos divertíamos y podíamos ser una familia nosotros dos. Sin embargo, ese siguiente día no fue lo mismo.

Un día antes de noche buena, salió a buscar chocolate por un capricho de niño mimado. Ahora sé que no debería culparme por ello, pero sé que si no hubiese insistido, ella jamás hubiera tomado las llaves arriesgándose a pesar del mal clima.

—Oh, está bien, iré por chocolate para preparar, pero con la condición de que veremos películas cuando regrese, ¿está bien? —comentó animada, con esa sonrisa tan cálida y llena de amor que siempre me brindaba.

Sólo asentí y la vi marcharse. 

Jamás volvió...

En vez de ver a mi madre entrar por la puerta, vi a mi padre... Ese hombre al cual desprecio con todo mi ser. No lo había visto más que un par de veces, pero sinceramente, esas veces que tuvimos contacto me embargaba un miedo indescriptible; con solo fijar mi mirada en su rostro, sabía de sobra que ese hombre no era buena persona.

KvarforthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora