𝟧. 𝔗𝔞𝔱𝔲𝔞𝔧𝔢𝔰

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Meses pasaron, un año, dos años... Terminé la preparatoria con calificaciones decentes, aún con la doble vida de ser un buen hijo adoptivo y por otro lado destruir mi vida de otras maneras que no fuesen herir mi cuerpo con objetos cortantes. Mi piel se empezó a llenar de tatuajes: brazos, pecho, piernas... Cualquier lugar donde una cuchilla había pasado, tenía un tatuaje encima; no me avergonzaba, pero odiaba que las miraran tan detenidamente.

Al inicio, mis tíos odiaron la idea, la repudiaron, me reprendieron quitándome permisos para salir, me restringieron el dinero... Pero eso no me detuvo, cada cierto tiempo llegaba con un tatuaje nuevo. Adrián, un amigo de Taylor y mío, tenía un conocido que hacía tatuajes a cambio de experiencia, así que me fue sencillo ser su conejillo de indias por un tiempo.

Muchos de ellos eran representativos para mí, otros eran al gusto de Adrián; sólo quería cubrir mi cuerpo lo más posible. Uno que me agradaba era el paisaje de pinos en mi brazo izquierdo, porque me recordaba a los tantos lugares de Suecia, y justo debajo el rostro de un lobo aullando que fue un toque de Adrián. Tengo teclas de piano dibujadas en mis dedos, por lo que ese instrumento significa para mí. En mi brazo derecho, cuerdas de guitarra que delinean las cicatrices verticales de mi antebrazo. Rosas negras en mi hombro derecho que representan a mi madre. El dorsal de mi mano derecha el sello de Baphomet y en la izquierda el Aegishjalmr, en la nuca la cruz de Leviatán y en el pecho el sigilo de Lucifer, todos esos símbolos me recuerdan a que sólo yo soy el único que tiene el poder y la fuerza para moldear mi vida: vivo como quiero, muero como quiero.

Puedo seguir y seguir mencionando todos, pero son demasiados, y ya no importan lo tanto que me hayan gustado, la mayoría ya han sido borrados por nuevas cicatrices, líneas en muchos sentidos hasta borrar y crear una mancha verdusca y casi homogénea en mi cuerpo. Desde el que más valor sentimental tuvo, hasta el que simplemente estaba ahí para ocultar el daño pasado de mi cuerpo.

A los dieciocho, mis brazos y parte de mi pecho, llevaba tinta. Mi cabello no era tan largo, sólo un poco de arriba. Mi vestimenta era menos desastrosa, solía arreglarme un poco más: utilizaba chaquetas de cuero, pendientes, camisetas de bandas, brazaletes y cinturones de balas... Un chico metalero. Las chicas giraban a verme seguido, a pesar de que nunca me gustó la atención, saber que era deseado me elevaba el ego.

Es gracioso ver cómo cambian las cosas... Antes obtenía más de lo que deseaba, y ahora lo que deseo sólo se escapa de mis manos, recordándome con más fuerza que la vida es una porquería; y eso está bien.

Está bien ver el mal que me he hecho a mí mismo. Está bien ver cómo mi alrededor poco a poco fue convirtiéndose en un infierno que quema y destruye lo poco que llegué a amar. Está bien, porque a fin de cuentas, es lo que quise cosechar.

Sin embargo, a pesar del dolor, algo en lo profundo de mi interior añora estar ahí otra vez y decir: "basta, ¿por qué seguir?", o haber hecho caso a esos llamados que imploraban un descanso.

"Ya basta... Por favor".

Taylor me invitó a vivir en su casa cuando fui mayor de edad, porque quien le cuidaba había muerto y se sentía solo, a pesar de haber tenido días de mierda, extrañaba la compañía de alguien, así que no me negué y partí de la casa de mis tíos.

—Hijo, dime que por lo menos me vas a llamar o vendrás a verme. —Pidió Silje, alzando sus manos para posarlas en mis mejillas de forma maternal- Sé que eres un chico bueno, mi niño, y que hagas esto por tu amigo es muy gentil. Por favor, no cambies esos lindos gestos por nada. —Su pulgares acariciaron mis mejillas con suavidad. Yo sólo bajé la mirada.

—No te preocupes, mamá. —Fue todo lo que dije. Odiaba que se pusiera así de cariñosa, me daba vergüenza.

Gabriel trabajaba, así que me libré de más palabras estúpidas.

KvarforthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora