La semana pasó. Mis padres preguntaban diariamente [tres veces al día] cuál sería la universidad a la que iría.
Yo respondía con un simple “no lo sé” ¿Como lo sabría? Sí todavía faltan dos años para terminar la secundaria.
Bueno, uno porque el año escolar termina el unos tres meses.
Todavía me quedaba tooodo un año para terminar la secundaria.
Cosa que no quiero.
Me causa escalofríos tan solo pensar en dejar mi pueblo. Ya que las universidades aquí no eran muy buenas.
Sábado. Soleado, día perfecto. Tomé mi bicicleta, mi libro, post it y algunas chucerias.
Casi comenzaba a pedalear para dirigirme a el Starbucks y luego al parque pero un grito de mi mamá me hizo ni siquiera arrancar.
— ¡Cielo Davis, ven aquí en este mismo instante! — sentenció.
Rodé mis ojos bajando de mi bicicleta y tirándola al pasto del jardín.
Entré a mi casa a regañadientes bufando.
— ¿Qué, mamá? — interrogué.
— ¿No planeas despedirte de mí? Hoy llego tarde y tú seguramente te irás toda la tarde — demandó.
Me acerqué a ella y besé su frente colocándome en cuclillas.
— Adiós, ma — saludé de despedida.
Cogí mi bicicleta y comencé a andar por mi calle hasta llegar a la casa de Adela.
Mi rubia se colocaba su casco color lila, ya tenía puestas sus rodilleras.
Ríe ante sus protecciones de niña pequeña causándole un susto. Supongo que estaba sumida por su concentración.
— ¡Carajo, Cielo! — exclamó, asustada.
— Lo... Lo siento — tomé aire tratando de parar de reír. Mientras ella me miraba con su ceño fruncido y una pequeña sonrisa.
— ¿Vamos? — interrogó ganandome paso. La seguí hasta llegarle de distancia.
Al llegar al parque, el cual no quedaba más lejos que dos cuadras a mi casa,nos sentamos bajo un árbol y siguió el tema de charla.
— ¿Vendrás hoy?
— ¿A donde?
— Josh agrandó su grupo de amigos, hace unas semanas llegó un nuevo chico a la cuidad y ahora son como culo y calzón — se quejó de lo último y yo la miré burlona. Josh no era un tipo que me cayera ni mal ni bien. Era un concepto de fuckboy actualizado, no era tan gilipollas como los describen en las películas y libros.
Este sí era fiel y no sé acostaba con trescientas.
Antes sí.
Sí...
— Mmh... ¿Y yo que tengo que ver con los amigos de Josh? — cuestioné. Ella bebió su yogurth y suspiró.
— Es que me invitó — contó, robándose mi atención — y no quiero estar sola entre siete chicos — murmuró. Yo sonreí.
— Y quieres que tu ultra mejor amiga te salve el pellejo allá, ¿No, Ady?
Ella me miró con ojos suplicantes.
Adela era una chica físicamente perfecta, con las ocho letras. De estatura algo baja, castaña claro, ojos verdes brillantes, complexión media y piel más delicada que la porcelana.
Luego estaba yo... La ni fu ni fa. Tampoco era "gorda" pero tampoco era la persona más "delgada" del mundo, tenía lo mío.
— Bueno... Sí no quieres no hay problema, veré cómo arreglarmelas — murmuró. Yo reí, había hablado tan bajo que con suerte había podido comprender.
— Vale, te acompaño.
Ella levantó su mirada hacia mí con una sonrisa y aplaudió repetidas veces como una niña chiquita.
— Que infantil.
Ella solamente me sacó la lengua.
Doble infantil.
***
— No lo sé — renegué, viendo que poder ponerme. Vestido, no. Pantalones, no, muy formal. Tal vez un crop top y unos jeans junto una chaqueta solucionaría todo el dilema.
Pero mi querida Ada no se quedaba atrás, llevaba más de media hora [casi cuarenta] minutos en busca de que ponerse.
— este no, se me verán los rollitos — chilló.
— Ada, elige cualquiera. Se te verá bien de todos modos — la oí suspirar y tiró un vestido a la cama como el de Jennifer Garner en "Si tuviera treinta" ese vestido verdoso de los 00'.
— Este me gusta, ¿Dices que le gustará? — interrogó dudosa.
— Sí — entoné con la voz más firme que encontré. Sí dudaba ella estaría dos horas más buscando otra cosa que utilizar .
Estuvimos maquillandonos por videollamada hasta que Josh llegó a recogerla por lo que significaba que debería arreglar mi pequeño bolso antes de que ellos dos llegaran por mí.
Suspiré viéndome al espejo.
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Tu efecto en mí
FanficLo miré tratando de ser seria y él me "imitó". Constó de cinco segundos a reloj para que yo me echara a reír a carcajadas que se podrían escuchar hasta en Italia. Y sí, este era su efecto en mí. Tan involuntario. Tan dulce. Tan adictivo. Tan casual...