III

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Navidad. Esa época del año donde la nieve se vuelve más espesa, las brisas se sienten cada vez más heladas, las luces coloridas de la ciudad alumbran las calles más concurridas y hay gente visitando distintos lugares y escogiendo meticulosamente que objeto es el que va a obsequiar a sus seres queridos.

Para cada persona, este evento tenía un significado distinto. Estaban los fanáticos en decorar hasta el rincón más apartado de su hogar. Otros eran considerados como "el hada de los regalos". Había gente que volvía de otras partes del mundo para estar con sus familias y algunos que simplemente no creían en ella o lo veían como un día más del año.

Luego, estaba Jimin. Desde pequeño había anhelado que llegara este momento del año tan helado en la que podría jugar con la nieve, formar pequeños ángeles en el suelo, reir junto con su familia y recibir regalos que apreciaría en su corazón por el resto de su vida. Pero desde hace unos años, este día festivo perdió su magia para él. Ya no le encontraba sentido alguno desde que tuvo que celebrar con él y su simple soledad.

Aún recordaba con dolor aquella noche caótica de gritos, ambulancias y llantos desgarradores. Se sentían como raspones las heridas y marcas físicas que le dejó ese accidente automovilístico que ocurrió hace casi cuatro años. Porque la herida más profunda que sintió fue el haber presenciado como sus padres se encontraban, en la carretera, inmóviles y sin pulso alguno.

El peor sentimiento llegó después. En su memoria, aún perdura esa sensación de desesperación que sintió cuando cayó en cuenta que no podía enfocar nada de su alrededor. Por un momento pensó que así se sentía estar al borde de la vida y de la muerte, que tal vez esas manchas borrosas y ese color casi negro que se expandía por su visión solo era obra de estar a punto de morir. Pero no fue así, era peor que experimentar eso.

Simplemente, su visión se desvaneció al igual que los latidos de sus padres.

No recuerda cuánto tiempo lloró, solo pudo sentir que alguien lo sacaba del auto hecho trizas y lo alcanzaba a la ambulancia más cercana para sacarlo de su estado de shock. Pero él no queria volver a la realidad. A su realidad. Aún tenia en su mente la mañana de ese mismo día. Había llegado a casa con una palpitante emoción en todo su cuerpo, luego de tanto esfuerzo pudo comprar un auto. Sus padres estaban muy contentos por él y le prometieron que lo acompañarían a dar un pequeño paseo pero nada salió como lo esperado.

Solo deseaba volver el tiempo atrás...

Desde ese punto de su vida, todo es borroso. Apenas recuerda las primeras sesiones con su psicóloga, el juicio que ocurrió contra el idiota ebrio que los hizo estrellar, las interminables sesiones con su fisiatra para recuperar la movilidad de su cuerpo y los momentos en los que se sintió sin salida por no poder adaptarse a su nueva realidad, una en la que dependeria de su bastón y de su perro guía. Nala.

Inevitablemente, decidió aislarse en su propia burbuja. No importaban las tantas veces que sus amigos ofrecieran ayudarlo, él sentía que no merecía el buen trato de nadie. Al menos no después del accidente en el que él fue el culpable.

Aún dolía y sentía que se merecía estar solo, no importaba que su psicóloga le dijera lo contrario, tampoco que sus amigos le dijeran lo contrario y mucho menos que él mismo a veces se dijera lo contrario para intentar sanar su corazón y su mente.

¿Acaso alguien podría culparlo por pensar así? A fin de cuentas, solo él sabía lo que había vivido. ¿Se sentía egoísta por alejar a las únicas personas que se preocupaban por él? Por supuesto que si, pero también sabía reconocer que necesitaba tiempo para sanar y por eso prefería afrontar todo desde su soledad.

Despues de todo, su pensamiento de que merecía estar solo en esta fecha tan cálida, familiar y llena de felicidad, no se iría pronto. Porque ahora solo lo invadía la sensación de que solo era una noche más. Una noche fría, solitaria y vacía.

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Warm • KM auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora