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Si al principio se había mostrado reacio a todo lo que aquello representaba, ahora no tenía ni la más mínima intención de parar lo que estaba haciendo.
Pudieron haber sido los tragos de más, o las miradas deseosas que su cuerpo recibía cada que movía las caderas al ritmo de la música. No lo sabía. Pero, en ese momento, Apo se sentía como la persona más jodidamente atractiva del planeta.

Un aura de confianza se había instalado a su alrededor a los pocos segundos de haber ingresado a la pista de baile y parecía crecer cada vez que un nuevo par de ojos se posaban en él, para seguir sus movimientos; logrando sacarle una risa traviesa que terminaba perdiéndose entre los murmullos de la gente alrededor.

Hace apenas unas horas estaba que guillotinaba a Tong por haberlo arrastrado (sí, arrastrado en el sentido literal) a un lugar así sólo para que él pudiera ligarse al barman que lo traía coladito (Pong, le parecía que se llamaba) y después dejarlo tirado en la barra para poder irse con el chico a quien-sabe-dónde a hacer quien-sabe-qué. Aunque Apo ya tenía un presentimiento bastante acertado de qué era lo que se habían ido a hacer esos dos.

Había tenido claras intenciones de largarse del sitio, pero para su pésima suerte, había llegado con Tong en el auto del mismo y, para rematar, no llevaba su teléfono consigo en esos momentos. Por su mente cruzó la posibilidad de caminar los nueve kilómetros que había entre el bar y su departamento, con suerte encontrando un taxi por el camino. Pero, y podían llamarle miedoso, gallina o como gustasen, las calles de Bangkok no eran las más seguras a eso de las tres de la mañana y él no quería arriesgarse a que una fotografía de su cadáver apareciera en el periódico matutino del día siguiente.

¿Exageraba? Tal vez. Pero Apo no era de los que corrían riesgos; y en esa ocasión, por mucho que le molestase, no sería la excepción.

En un antro solo había dos opciones: O bebías, o bebías y bailabas. Hasta ahí llegaba la lista. Pero Apo tampoco era de los que disfrutaran de exponerse en medio de una bola de completos desconocidos, así que aunque no fuese fanático de ello, optó por la opción de beber.

Una no hará mal. Había pensado.

Error.

Bastaron unos cuantos tragos para que alguien que apenas y bebía se volviera fanático del tequila y de paso, empujarlo inconscientemente dentro de la pista de baile.

Tal vez le agradecería luego a Tong. O le rompería una lámpara en la cabeza. Todo dependía de que tan fuerte fuera la cruda.

Una nueva canción comenzó a hacerse sonar por los altavoces y Apo no pudo contener la sonrisa divertida que hizo acto de presencia en su rostro.
Llevó una mano a la hebilla de su cinturón negro, metiendo el dedo pulgar por dentro de los pantalones mientras que la mano que le quedaba libre se dedicaba a hacer ondas y movimientos lentos en lo alto; siguiendo el ritmo que él mismo se había impuesto apenas escuchar las primeras notas sonar. Movía las caderas de izquierda a derecha, de atrás adelante; de manera lenta y constante, sólo cambiando el ritmo cuando la música lo hacía.

El alcohol en su sistema sin duda estaba haciendo maravillas destruyendo sus inhibiciones. No sabía si debía o no agradecer por eso, aunque la respuesta era un poco obvia.
De haber estado sobrio, probablemente hubiera preferido un brazo roto antes que acceder a bailar de aquella forma en medio de un grupo de desconocidos que lo devoraban con la mirada.

De haber estado sobrio, habría corrido despavorido al sentir tantas manos desconocidas posarse en su cuerpo de manera descarada cada dos segundos.

De haber estado sobrio, habría dado la vuelta sobre sus talones y le habría estampado un puñetazo en el rostro a quien estuviera detrás de él, pasando sus brazos alrededor de su cuerpo, por debajo de los brazos y atrapando sus caderas firmemente con ambas manos, basándose en eso para jalar al más bajo hacia su cuerpo.

Night Bar||(+18) MileApoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora