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El cielo no ha cambiado por días, el silencio inunda mi habitación, la comida dejó de alimentarme días atrás, observo personas entrar y salir, pero realmente no veo a nadie. Se supone que son personas, pero se ven vacías. Es como estar en un concierto sin nadie que esté tocando.

La cobija es de lana para calentar el cuarto lleno de aire acondicionado, sin embargo, la siento tan fría que me hace erizar los vellos. Veo hacia la ventana y el cielo sigue intacto, las nubes parecen no moverse y el sol ni siquiera se aprecia. Veo un pájaro volando cerca al edificio y pienso: ¿será que reencarnamos en animales después de morir? Sería algo tan impotente no poder hablar, expresar, sentir y conocer... Que ironía.

Mi corazón está a mil por minuto, siento como mi sangre traspasa cada vena, mis pies están helados y piden a gritos que les pongan unas medias. Mis dedos largos y delgados están amarillos, al igual que mi cara. Tengo los ojos medio cerrados, pero logro ver a lo lejos 2 personas desoladas, tristes y cansadas.

Eran mis padres.

Empiezo a tratar de moverme y siento muchos cables atados a mí. No recuerdo nada de los últimos días, solo el cielo estático que me acompaña siempre y uno que otro cuerpo que me hace compañía en las noches. Aunque en el fondo, la compañía parecía yo. Me llega el olor de alcohol, sanidad, gel, guantes de látex...

...Estoy en el hospital.

Todo se ve muy sobrio. Las paredes, almohadas, cobijas, baño, cortinas, absolutamente todo es blanco. Veo a través de la ventana que fue mi única vista por días y encuentro que hay más paisajes que el cielo azul. Hay edificios, calles y se ve la montaña de fondo. Veo el sofá de la habitación y me encuentro con libros de autoayuda. Deben ser de mi mamá. Trato de ubicarme y fijo mi mirada al pasillo, estaban mis padres hablando con 2 médicos. No estaban llorando, pero su tristeza llenaba el piso de melancolía, sus miradas hacían que todos se rompieran por dentro, estaban tan vacíos y desubicados que su alma ni se sentía. No había espacio para llorar, sentir, emociones que expresar, ni tiempo qué perder, solo existir por inercia. Quebré a mis padres y el poco amor que tenían por mí, solo podía pensar en cuánto sufrimiento debieron haber pasado y cuánta soledad tuvo que haber para hacerme sentir a mí, su única compañía en medio de un cuarto de hospital.

No entendía qué pasaba, pero sí que sabía qué ocurrió. Lo último que sé es que perdí la conciencia, la imagen de mi madre llena de sangre mientras corría a conseguir un teléfono. Días después solo veía una ventana que transmitía paz, el cielo estaba azul y las nubes claras. Jamás llovió. En medio de tanto silencio y ruido, pensé muchas veces cuán injusta era la vida, días maravillosos con excelente sol para salir y vivir, bebés recién nacidos, personas corriendo a celebrar su primer empleo, gente con ganas de sonreír al mundo, y yo, con sedantes viendo mi ventana del décimo piso de un hospital lamentando el hecho de estar respirando en esos segundos.

Honestamente nunca entendí a Dios, ¿para qué darle la vida a alguien que no la desea? ¿Cuál es el propósito de enviarme al mundo a sentir como mi corazón se destroza cada segundo? ¿Cómo vive Dios viéndonos sufrir? Son dudas que hubiera deseado preguntarle, si iba al cielo.

Iba.

Horas después los médicos entraron al cuarto a explicarme todo. Parecía otro idioma, mundo y plano. Sentía que estaba ahí escuchando, pero realmente no oía. Escuché varias veces una frase que parecía si entendía lo que ocurría, yo afirmaba con la cabeza sin querer hablar. No sabía qué hacía, solo sé que deseaba haberme muerto en el momento que lo decidí. Maldecía mentalmente a todos. A los médicos que me ayudaron, las pastillas que no funcionaron, mi mamá que hizo lo humanamente posible por salvarme, el teléfono que funcionó, la ambulancia que llegó rápido, la navaja que no rompió suficiente, a Dios por no colaborarme a ir donde él, y al mundo por existir.

El calor empezó a aumentar, los colores dejaron de ser blanco y se tornaron muerte para mí, el frío inundaba cada hueso de mi cuerpo, mis manos comenzaron a temblar mientras gotas de sudor caían de ellas, mis ojos no se movían y mi mente no paraba de girar. Mis labios estaban secos, mientras mis dientes cerraban mi boca con una fuerza inmensa, quería respirar, pero cada vez era más difícil, sentía una presión en el pecho que me impedía tomar aire. Empecé a temblar más y el miedo empezó a salir ¿miedo de qué? ¿de qué estoy huyendo? Mi cerebro no paraba de correr una maratón de palabras, pensamientos, memorias y heridas. Quería huir, pero no podía, quería gritar pero mi voz no existía, necesitaba sentir y mi piel estaba sin tacto... 

... Y volvió el cielo azul en la ventana.

19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora