Un título nefasto

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El título que estaba por encima de la primera oración —aquella que, por si tenía suerte, sería la encargada de atraer toda la atención del público— recitaba así: “Sobre gallardear el tener un pueblo mágico y místico a un basurero en la etapa de adulto joven (yo)”

La primera impresión que uno tendría al conocer un pueblo fundado en una altiplanicie donde el sol sale por el poniente y se oculta por el occidente sería la palabra “mágico”. Un pueblo que, pese a sus fallas, sabía muy bien cómo sacarles provecho a sus cualidades. Cómo sacarle provecho a su envidiable ubicación geográfica, que durante las primeras horas de la mañana uno podría llegar a ver un pueblo entre las nubes que había bajado desde los cielos para bendecir a las personas más afortunadas, teniendo la suerte de nacer y vivir sus vidas ahí; aunque también se podía asentar uno ahí, eso solo se podía antes, ahora era algo cuestionable. Todo había cambiado.

Antes el tráfico era brutal, pero no era por camionetas o esos embotellamientos en las grandes ciudades en el que uno podía volverse loco un día estando ahí, no. Este tipo de tráfico era porque, en días de fiestas, los puestos de ventas: ya sean de comida, ropa, objetos del hogar, vendedores de medicinas naturales y hasta entretenimiento con algunas serpientes locales; terminaban por abarrotar las principales avenidas del pueblo… esos días eran los mejores o mejor dicho esas festividades. Ahora apenas y cinco puestos se podían ver en las principales avenidas, ya no tapaban el paso de las camionetas. Con dolor, una lamentable perdida.

La mamá de Mau siempre le decía que había que aprovechar cada día, no como si fuera la última, pero sí como la penúltima puesto que cada día era peor y no parecía que fuera para bien, «el mundo está cambiando» decía ella.

Y el mundo cambió.

Todo era bonito. Todo era casi perfecto. Todo era felicidad sobre la mesa de los habitantes, pero la naturaleza humana siempre destruye todo lo que es bueno y bello. Nunca era lo contrario, eso había quedado atrás, muy pero qué muy atrás.

Otra de sus cualidades es que tiene un día festivo totalmente exclusivo en su región, siendo esa su casi medio de inversión más negociable y no solo eso. En días que no había fiestas en las calles, siempre estaban concurridas y eran alegres. Mauricio llegó a creer que dicha felicidad jamás se acabaría. El siempre decía que los puestos  ambulantes y el mercado al aire libre alrededor del pequeño edificio del ayuntamiento siempre estarían ahí, y lo están solo que en menor medida y la felicidad que se olía en el aire se había transformado en un putrido olor a orines, mierda, agua estancada y basura por montones en cada esquina.

—Y se acabó —comentó Marko, reclinado sobre un pilar derruido que antes era el sostén de un arco que daba la entrada al “parque”.

Un “parque” que antaño fue una maravilla, ahora ya no había parque sino una especie de caverna obscura llena de puestos de baratijas religiosos, así como un edificio casi abandonado en el que uno podía drogarse o fornicar en sus diferentes puntos ciegos. Marko sospechaba que ahí dentro se hacía otras cosas además de traficar o fornicar, tal vez hasta ahí hacían alguna cosa más ilegal que traficar. Nunca lo sabría a no ser que se adentrará ahí por la noche y con suerte no encontraría a alguien más que la soledad del lugar o alguna pareja teniendo sexo.

—Ya nada es como antes. Estuviste mucho tiempo lejos, Mau —caló una inhala de su cigarrillo, que tenía en su mano izquierda mirando con detenimiento a su compañero que seguía inmerso en su cuaderno. El recuerdo de él en la preparatoria se le pasó por la cabeza como un destello de la cámara de su celular.

Dejó de reclinarse de la columna temeroso de que terminaría de derrumbarse más de lo que ya estaba.

—Supongo que no son cosas bonitas lo que estás escribiendo en tu libreta —inquirió él con una curiosidad fingida. Se acercó a su amigo para ver mejor o al menos lo intentaba ya que Mauricio ocultaba bien lo que escribía.

Cielo PúrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora