Un corazón y dos amores

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Gabriela había enumerado los momentos que más habían impactado en su vida y siempre los que ganaban eran estos tres momentos:
Como número uno… la muerte de su abuelita. Jamás hablaría de ella porque aunque haya pasado ya muchos años, tantos que sería suficientes como para comenzar a olvidarla, el dolor seguía persistiendo.
Numero dos… la muñeca de manta que había confeccionado ella misma.
Número tres… la nefasta graduación de la preparatoria.
Jamás pensó que el numero tres fuera superior que el sentimiento de pasar el examen de admisión de la universidad o que superase la sensación de terminar la carrera de Pedagogía o cuando obtuvo su título. Ni siquiera la primera vez que la aceptaron en una escuela primaria a enseñar clases de historia. Ninguno de esos momentos había superado la graduación de la prepa, con ella terminando de llorar en los pechos de su madre.

Se había preparado muy bien ese día. Se había puesto, al fin, su tan esperado vestido negro como la noche, se había pintado los labios de un color carmesí y había evitado a toda costa maquillarse de más, así como no portar un peinado tan exagerado como los que, posiblemente, llevarían las demás chicas, tal vez no todas, pero si algunas. Ella se vio en el espejo una y otra vez viendo su figura, algo regordeta. Estaba bellísima, si, al fin lo podía decir. Se sentía orgullosa de sí misma y no podía esperar a ver la cara de sus dos mejores amigos. Tomó su pequeña bolsa en donde llevaría algo de dinero y su celular pendiendo en esa oscilante bolsita.
El transcurso de la ceremonia había sido aburrido, hasta la entrega del tan esperado documento se sintió como una obligación; la sola sensación de levantarse e ir por la plataforma con las piernas temblándote de miedo y al sentirse uno observado, sería más que suficiente excusa para quedarse en la silla de plástico abrazando las piernas y ocultando el rostro en las rodillas. Así lo sintió Gabi la vez que paso, sintió la mirada de sus amigas y compañeros, creyó oír a algunos reírse de ella… los ignoro y paso con confianza ante los docentes o al menos lo intento.
—¡Oye Gabi! —lo llamo Marko, molesto, agitando su mano izquierda de adentro hacia afuera indicándole que se apurara—. El camarógrafo no tiene todo el tiempo.
—Si, lo se, dame espacio.
Gabi sintió como los brazos de ambos amigos suyos se deslizaban por su espalda intentando acomodarse en el lugar. Las manos de ambos le había dado cosquillas y tuvo que reprimir una carcajada.
Y entonces el resplandor de la cámara inmortalizo la foto que ella siempre guardaba en su armario… era una foto en donde solo había una sonrisa genuina y dos sonrisas falsas. La de ella había sido la genuina. La sonrisa radiante de Marko, aunque pareciera autentica y muy linda, era falsa, así como la de Mauricio que no se había esforzado tanto en disimularla, era una sonrisa falsa y en sus ojos se reflejaba desesperación.
Antes de tomarse la foto, Gabi había visto a Marko frotarse los ojos, los tenía rojos a las orillas, así como su fina barba se encontraba húmeda que la había secado con la manga de su camisa negra. Él la vio y fingió una sonrisa tan agradable a la vista que cualquiera podría sentir emociones encontrados con solo verlo. Su porte no hacía más que resaltar su figura, alto con una camisa negra y pantalones blancos… Marko había sacado suspiros durante toda la ceremonia hasta el momento que Gabi y el cruzaron miradas.
Claro, también estaba el hecho de que exageraba las cosas.
Muy probablemente, los suspiros que había escuchado habían sido para otro chico y no hacia Marko que a los ojos de Gabi le aparecía atractivo.
Ella devolvió el gesto hasta toparse con Mauricio que estaba sentado en una de las sillas del lugar comiéndose un pan relleno de chocolate. Parecía distraído, distante. Siempre veía su reloj en su mano izquierda, inquieto; movía sus pies de un lado a otro, desesperado; se perdía en sus pensamientos, distraído; suspiraba cada nueve segundos… temeroso.
La felicidad de Gabi se esfumaba con el pasar del tiempo. O mejor dicho cada que cruzaba miradas con Mau, sentía como la felicidad y la comodidad se le era arrebatada.
—Nos tomamos una foto de recuerdo —dijo el castaño barbudo. No espero respuesta de ella y salió en la búsqueda de Mau.
Tomo de los hombros al distraído y distante pelinegro que comía un pan relleno de chocolate. Lo arrastró hasta el espacio específico en donde se estaban tomando las fotos. Uno fingió una gran sonrisa radiante aun cuando claramente había llorado hace ratos; el otro no se molestó en hacer salir su mejor sonrisa, pero lo intento. Aun con la mirada decaída, pero lo hizo. Se abotono la camisa que había desabotonado hace tiempo puesto que se sentía encerrado, lo abotono hasta un 75% dejando al visto la playera blanca que tenía debajo y fingió una sonrisa.
Ella llego; posicionándose en medio de los dos, poniendo sus brazos en las espaldas de los dos acercándolos más a ella.
Después de la foto, el trio de amigos se separó quedándose en silencio. Ella quería decir algunas palabras para ambos, pero el valor que hace horas había tenido se esfumo como la bruma, no se le venían las palabras en la mente, se acobardo en su día que ella misma creía que sería el más feliz de su vida, y que dejaría en claro de una vez por todas lo que sentía por ellos. No lo hiso.
—Las despedidas sentimentalistas no son lo mío —comento Marko alejándose con paso lento—. Así que es mejor que nos vayamos en silencio si no queremos terminar llorando en alguna esquina de la escuela comiendo gomitas enchiladas. —Bromeo intentando aligerar el ambiente.
—Como quisiera disfrutar de este día, pero no puedo. Secundo la palabra de Marko, es mejor irnos en silencio —respondió Mau. Apurándose en alcanzar a Marko que caminaba cabizbajo por el pasillo a la entrada del colegio.
Gabi se quedó parada en el mismo sitio donde estaba hasta antes de tomar la fotografía sosteniendo sus manos a la altura de su pecho. «¿Pero porque no puedo hablarles de esto? ¿Por qué estoy dudando? Esperen. Por favor esperen, no se vayan»
—Esperen —dijo al fin y ellos voltearon a verla. Se acerco unos pasos más a ellos cerrando sus manos en puños—. No… no es nada. No importa.
Los vio alejarse. Los vio partir quedando ella parada con las palabras atoradas en la garganta.

La madre de Gabi estaba sentada en el sofá más cercano a la mesa del comedor leyendo una revista de ciencia y tecnología que la había atrapado en sus artículos. Escucho como la puerta se abría con cuidado, ella entorno la mirada al origen del ruido y vio a su hija con el rostro triste, arrastraba su bolsa por el suelo. Ella la miro con dulzura dejando su revista en el sofá y su hija corrió a sus brazos abrazándola mientras sollozaba en sus pechos.
—Mamá… mamá. No pude hacerlo. No podía. No quería lastimarlos.
Ella correspondió el abrazo acariciando su cabello ondulado con cuidado.
—Porque tenía que enamorarme de ellos dos, ¿por qué?
—Oh, querida, a veces el amor no es como nosotras deseamos, a veces suele ser despiadada y cruel.
Ella solo asintió en sus pechos.
—Pero también puede ser inesperada y hermosa. Debes de saber que no solo existe aquel tipo de amor que sentías por esos amigos tuyos, lo de amarlos como hombres; tu demostraste amarlos de verdad, los amaste tanto que preferiste callar en vez de herirlos y eso… querida mía, es una muestra de amor —le seguía acariciando la cabeza con sus delicadas manos, aquella voz serena no había envejecido en lo absoluto, al contrario, mejoro para volverla más reconfortador y tranquilizante.
Gabi suspiro aliviada.

Sacudió la cabeza despejando su mente y entonces volvió a lo que estaba haciendo, terminar de barrer el trozo de pasillo que daba a la calle de sitios de taxis que iba para el pueblo de Silvilla. Aparto la vista del suelo con el fin de estirar su espalda, pero lo que vio en la trayectoria de sus ojos fue a una cara conocida que venía caminando con otra cara conocida. Ella tiro la escoba. Corrió. Ella sintió unas enormes ganas de llorar y los abrazo. El más alto intento bromear al respecto, de que ya no era la primera vez que se habían visto, pero a ella no le importo y lo abrazo por igual.
—Bienvenido de vuelta, Mauricio.

Cielo PúrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora