Capítulo 2 (¡Listo!)

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Curiosamente, no me acordaba de haber abierto la carta. Recordaba haberme despertado en el suelo, con el Sol alto en el cielo, y la noche anterior se me hacía borrosa ya entonces. Recogí la carta del suelo y me encogí de hombros.

Cuando la volví a leer, pensé en volver a la fábrica, con la esperanza de encontrarme con mis antiguos compañeros. No entendía exactamente qué me había hecho caer al suelo. Quizá me había pasado factura la falta de sueño de los últimos años. Sí, tenía que ser eso.

Además, había pasado tanto tiempo desde que había trabajado allí... Tanto que estaba comenzando a olvidar algunas cosas, como los personajes secundarios, o los nombres de mis excompañeros menos importantes para mí.

Lo que le hacía el paso del tiempo a la memoria era tan fascinante como aterrador, me dije.

* * *

No tardé en encontrar una entrada al interior, aunque estaba bloqueada por una puerta y un cuadro de control dividido en nuevo cuadrados más pequeños y multicolores. Inserté la primera combinación que se me ocurrió, una totalmente aleatoria. Con esta inteligentísima acción, averigüé que la contraseña requería cuatro colores. Si probase los colores uno por uno tardaría una eternidad.

Tenía que haber una pista que los indicase, dado que, con el cambio de trabajadores a tiempo parcial y la mala memoria de muchos, aquellos que sí se acordaban se hartaban de tener que repetirles la contraseña una y otra vez. Eso significaba además que la respuesta tenía que estar cerca.

La siguiente sala a la que me acerqué tenía la puerta algo atrancada, pero en cuanto empujé un poco se abrió sin problema. Era, en resumidas cuentas, un almacén, con numerosas cajas de cartón apiladas, formando torres peligrosamente altas, y pósters animados decorando los escasos trozos de pared visibles.

Levanté la mirada al techo; me había llamado la atención cierto sonido, lo que, en una fábrica vacía y sin usar durante una década no era buena señal. El sonido de un traqueteo, y, a veces, el de una locomotora. En efecto, unas vías circulares rodeaban la parte superior de la sala, y sobre ellas circulaba la maqueta de un trenecito de juguete, cuyos simples vagones seguían conservando sus tonos vívidos y visualmente llamativos.

La verdad, no entendía la necesidad de mantener un tren de juguete porque sí. ¿Tan importante era? Si fuera una maqueta perteneciente a alguien de arriba, quizá podía comprenderlo. Después de todo, había jefazos bastante excéntricos en esta compañía. O, bueno, solía haber. Pero un trenecito localizado en una mera sala de almacenamiento era, desde luego, curioso. Además, sus traqueteos y ocasionales pitidos eran molestos, como si quisiera llamar la atención de quien estaba cerca.

Me encogí de hombros, paseándome por el sitio mientras observaba cada póster con más fijeza de lo que probablemente era necesario. Dado que no sabía el código, no tenía nada mejor que hacer, salvo ir de aquí a allá buscando la clave que me lo revelara. Tenía que estar aquí, pues a los demás sitios no podía acceder, ya fuera por el estado de la fábrica o porque me era físicamente imposible. Y hasta ahora, ¿qué había encontrado? Montañas de cajas polvorientas, pósters desgastados, y juguetes tirados por el suelo, rotos, con manchas rojas extrañas bajo ellos.

Me llevé la mano al oído cuando el tren volvió a silbar. Maldición, ¿acaso tenía que quitarle las pilas o algo así? A este paso acabaría perdiendo la audición. Para ser tan pequeño, tenía muchas vías, me dije mientras analizaba sus entornos con la esperanza de encontrar algo que lo apagase. Menudo tren, de todos modos. Por mucho que sea de juguete, si la ponen vías tan largas, haberle hecho más de cuatro vagones.

Porque literalmente tenía cuatro vagones. Desde la locomotora hacia atrás eran de color verde, rosa, amarillo y rojo, respectivamente. Colores un poco mal combinados, si me preguntabas a mí. Era curioso, ahora que lo pensaba, que tuviera colores tan chocantes. Por lo general, la compañía se esforzaba en hacer juguetes cuyos colores se mezclaran de forma estética o que chocaran a propósito por atención visual. Pero este tren no parecía pertenecer a ninguno de los dos casos.

Un momento. El código, ¿cuántos colores tenía? Recordando a toda velocidad, levanté lentamente la mirada hacia el tren. Cuatro. Igual que el juguete traqueteando por encima de mi cabeza todo este rato. Memorizando el orden de los colores de sus vagones, volví a las teclas cuadradas, y las pulsé según me dictaba el tren.

Con un pitido afirmativo, las puertas se desbloquearon, dejándome pasar a lo que se me hizo como un despacho, (más o menos, dado su deplorable estado) quizá por los montones de sillas, el amplio escritorio y las estanterías. El aire que tenía era depresivo. Sí, es un despacho.

Otra cosa que me llamó la atención fue el que hubiera otro reproductor, con un VHS justo al lado. Dado que no tenía prisa, ¿por qué no tomarme el tiempo de verlo? Agarré la cinta con rapidez y la inserté en el reproductor, no sin cierta curiosidad.

La pantalla se iluminó de azul, aunque esta vez nadie me soltó una chapa sobre seguridad e intrusos; de hecho, a parte de una suave musiquilla casi comercial, no hubo ruido alguno. Era un tutorial de uso para lo que se denominaba "Grab Pack", un aparato muy útil a la hora de trabajar en una fábrica como esta.

El Grabpack eran básicamente dos manos extensibles, una roja y una azul, cuya finalidad era la de agarrar cosas pesadas y trasladarlas y sujetarlas sin esfuerzo para la persona que lo controle. Su uso era exclusivo para las tareas de la fábrica, lo que era algo frustrante, teniendo en cuenta que podría ser muy útil para tareas del día a día, como alcanzar el mando de la televisión desde el sofá sin levantarse.

Hubo gente que lo usó de forma irresponsable, y eso llevó a varias situaciones desagradables, tanto para los implicados como para los espectadores. En resumidas cuentas, el llamado "uso irresponsable" era gastar bromas. Aunque no todas fueron hechas con el Grab Pack.

Para qué negarlo, por mucho que la mayoría fueran molestas, algunas de ellas fueron realmente graciosas, como la del vídeo del empleado tragado por una caja de resorte. Nunca se llegó a saber quién fue el responsable del vídeo, pero tenía unas habilidades de edición impresionantes. A los de arriba no les hizo mucha gracia, dado que se apresuraron a censurarlo y decir que no se bromeaba con esas cosas. No tenían sentido del humor, y ya está.

Al lado de la televisión, una rejilla en la que no me había fijado hasta entonces se tiñó de luz blanca, dándome un pequeño sobresalto. La luz iluminó sus contenidos, o mejor dicho, su contenido: una mano azul del Grab Pack.

¿Y la otra? Me sentía, para qué negarlo, un poco estafada. Quiero decir, faltaba literalmente la mitad del producto. Quien lo hubiera metido ahí debía ser, como mínimo, un poco tacaño. De hecho, eso también era algo raro. ¿Por qué estaba ahí dentro? Se me hacía muy raro el imaginar a alguien forcejeando con el aparato para hacerlo caber. ¡Ah, a lo mejor por eso faltaba la mitad, por falta de espacio!

Me lo puse, divirtiéndome un rato tirando las sillas- digo, acostumbrándome a su uso, antes de volver a la entrada principal. Había una puerta (cerrada, por supuesto) con la huella azul de una mano iluminada. Coloqué la mano azul sobre ella y esperé a que se abriera.

Cuando lo hizo, miré a mis espaldas una última vez, inconscientemente sabiendo que, una vez dentro, ya no habría vuelta atrás.

Y así fue. Literalmente.

Poppy Playtime Chapter 1: A tight squeeze (En proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora