Una chica bella, de pelo negro y ojos llorosos. Su piel blanca reflejaba el llanto de sangre en ella, pero de igual manera era la más bella. Nadie miraba las lágrimas negras que salían de sus ojos, lágrimas que llegaban a arrastrarse detrás de ella. Llegaron a ser tantas, que tuvo que cargarlas en sus brazos, en forma de que no la arrastran más, pero no funcionó. Sus lágrimas fueron creciendo, transformándose en una sombra y hasta el punto de adueñarse de su cuerpo. Después no era una chica bella, si no una chica que lloraba en su habitación con botes de alcohol derrumbados por todas partes y con un cuchillo que cortaba su cuerpo. No lograba sacar esas lágrimas negras de su interior y después de tanto tiempo supo que no podría hacerlo sin antes decírselo a alguien. Lo supo tarde, porque ahora colgaba de una cuerda con llanto en los ojos.
