SEÑORA MARTINEZ

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Mi esposo Edgar apenas puede recordar su nombre, es un buen hombre cuando tenía veintidós años y había perdido mi hogar a causa de un incendio, Edgar me acogió por un tiempo mientras me recuperaba del desastre económico que estaba sufriendo.  Recuerdo esa mañana, había empezado mi turno en el Hospital General, tenía solo veintidós años y mi había matriculado apenas hace solo cuatro meses y pude encontrar una bacante en la sala de cuidados intensivos como asistente de medico general. 

El Hospital Memorial era el hospital más grande de la ciudad, fue construido en los años cuarenta durante la guerra, fue usado en su principio como hospital de campaña para las personas que habían servido en el extranjero y que necesitaban atención medica urgente. Ella se encargaba de ser asistente en operaciones de alto riesgo, desde traumas craneales, miembros diseccionados y demás males de la guerra. Su primer paciente había sido un afroamericano que estuvo combatiendo en el frente durante varias semanas hasta que al estallar una bomba en su cuartel el y una docena de soldados fueron expulsados por la explosión, el fue el único sobreviviente de esa devastadora explosión.  

Varios de sus compañeros de trabajo eran grandes bebedores, después de treinta horas de cirugía lo que un medico prefiere es o una buena cama o un vaso de wisky seco. Cuando entro a su turno le tocaba atender a dos hombres que habían estado peleando en una riña callejera, uno tenía un cuchillo en la espalda y el otro fragmentos de botellas de licor en el rostro, en el pecho y en varías partes del brazo. La mujer que acompañaba al hombre apuñalado tenía una falda muy corta para estar en un hospital familiar y el hombre que acompañaba al tipo con vidrios hasta en la nariz seguía en estado de ebriedad, al parecer había peleado con dos guardias y un paramédico para que lo dejaran entrar. 

Era un típico día de hospital, había habido cuatro choques antes de las ocho en la calle Madison, y el Gueto estaba inusualmente ruidoso, habían traído a seis personas heridas de bala solo en los últimos cuatro días. Fue cerca del medio día cuando se escuchaban rumores de dos edificios incendiados en la zona central, se decía que un pirómano estaba causando estragos, la policía tenía tantos problemas estos días que apenas podían tener a los locos a raya. Fue a las cuatro y medía después de una sesión de cinco horas de intervención a un niño con problemas cardiacos que la señora Martínez se entero que entre los edificios incendiados el suyo había estado demasiado cerca por lo que la explosión había ocasionado estragos en su propio departamento. 

Fue su compañero de turno, Diego el chico que se había graduado en Ciudad de Mexico y que hacía su pasantía en el hospital Memorial quien le conto que el barrio mexicano había sufrido un ataque de un Piromaniaco quien había estado en guerra contra las bandas del sur. Supuestamente este pirómano estaba en guerra contra una banda criminal mexicana y creía que  la única forma de afectarles era destruir a los residentes de la zona mexicana de la ciudad y el muy idiota no sabía que la banda que el buscaba se hospedaba en la zona privada al norte y no al sur de la ciudad. 

La policía llego tarde y no lograron llegar a tiempo los bomberos, lo que provoco que se perdieran tres edificios y miles quedaran sin un lugar donde dormir, la problemática habitacional también preocupaba a al alcalde porque sus votantes no se sentían a salvo por la delincuencia, los locos sueltos y los criminales reincidentes que poblaban y atemorizaban a la ciudad de día y de noche. Los políticos siempre dicen que solucionaran las cosas, pero si no hubiera sido por la amabilidad y tal ves un poco... ejem... el interés de cierto caballero con el que había estudiado la mitad de los cursos universitarios, tal ves hubiera quedado sin un hogar por más de diez meses que fue lo que una vecina mía tuvo que pasar en refugios, en casa de acogida, en hoteles baratos y en zonas peligrosas junto a sus dos niños, en lo que encontraba un lugar y un trabajo estable. 

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