Almost Valentines Day

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Almost Valentines Day

El trece de Febrero llegó, a Melissa le habían dado de alta y estaba emocionada.

El día siguiente era San Valentín.

Aún cuando no poseyera a ningún novio o pretendiente, ella tenía una tradición de prepararles Cupcakes a todas las personas sin pareja ese día. Pero como apenas salía del hospital y no podía caminar, le pidió a Harry que preparara solo tres de ellos. Él le llevó los Cupcakes y Melissa los decoraba sentada en su cama.

Harry volvió a dibujar al chico del tren. Faltaban algunos minutos para tener que irse, pero él estaba ocupado dibujando.

Era inevitable pasar todos los días con una persona, ser un artista y no tener la necesidad de dibujarlo. Pero, aunque lo intentara una y otra vez, no lograba dibujarle con una sonrisa.

—Hey, ¿qué hacéis?

Harry levantó la vista hacía Melissa

—Estoy dibujando a alguien. Pero no logro que me salga

— ¿No lográis que te salga? A ti te sale todo lo que dibujáis

—Supongo que estoy perdiendo mi toque— Dijo Harry, cerrando el block y olvidando por un momento aquél dibujo, que tenía un borrón en donde debería ir su boca

—Ah, vamos, no podéis perder tu toque. Es algo innato. Solo espera un poco y la inspiración llegará a ti, te lo juro. Ahora ten— Dijo ella, extendiéndole una cajita rosa con un listón, y para Harry fue inevitable no abrirla. Adentro estaba un Cupcake de chocolate recién decorado, con un corazón y el nombre Verónica en él—. Quiero que se lo deis. Por cierto, ¿cómo van las cosas con ella?

Harry hubiera olvidado completamente a Verónica de no ser porque la veía todos los días en la universidad. Él no le respondió, pero ella tampoco esperaba respuesta

—Dásela— Volvió a decir la castaña—, no te vayáis a acobardar, ¿me lo prometéis?

Harry asintió y Melissa alzó una ceja

—Sí, lo prometo.

—Vale. Ahora ve, ya es tarde

Harry se levantó, tomó su mochila, se puso aquella bufanda color vinotinto, a la que casi se le había quitado por completo el olor a café, galletas y madera y a la que, aunque fuese raro, no había lavado desde el día en el que se la habían devuelto, y sin más, salió de la casa.

Al llegar, sentarse en el segundo asiento de la quinta fila y esperar que el tren volviera a detenerse, vio al ojiazul entrando. Pero algo andaba mal, sus ojos estaban acuosos, su nariz roja y su rostro ligeramente hinchado.

Había estado llorando.

Harry deseó poder sentarse a su lado y abrazarle, regalándole su cariño en un intento vano de subirle el ánimo.

Deseaba que le dijera qué le había sucedido, ver sus ojos azules, de aquél azul cielo que te hacía creer que ya estabas muerto y que esos ojos le pertenecían a un ángel.

Pero él no podía acercarse y hablarle. Nunca había sabido qué decirle a la gente, nunca había sabido cómo aconsejar a alguien que pasaba por momentos difíciles y, además, no tenía el valor suficiente.

Harry miraba a sus pies, pero cuando levanto la mirada, notó que el ojiazul le miraba. Su respiración se ralentizó. Sin embargo aquél momento no duró mucho, porque él bajó la mirada, suspiro y luego la devolvió al cristal.

Secret Games «Larry Stylinson»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora