Sebastian Michaelis 2

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Te tenía bien sujeta en brazos, el se volvió tu refugio. Tu cuerpo temblaba de rabia e impotencia, tu pecho dolía, un vacío falso se expandía dolorosamente.

Sus manos acariciaban tu cabello y espalda, intentaba tranquilizarte, consolarte, brindarte el mejor apoyo. Sabía que te habías quebrado, que te habían roto, que no podías soportar aquello.

Él ahora era lo único que tenías.

Tus padres acababan de morir. Atacaron brutalmente a tu familia en un intento de asalto, tus padres murieron terriblemente asesinados. Acababas de volver de arreglar los últimos documentos al respecto de la herencia de tus padres, tu eras la dueña ahora de toda su fortuna y de sus empresas; toda la presión de unos meses al fin te hizo explotar, soportar el pésame de todos los demás al fin te derrumbó, mostrar buena cara ante todo fue sofocante. Ya te has asfixiado. Necesitas respirar.

Las lágrimas escurren pesadamente por tu rostro, el aire te falta, te pierdes en el vacío... Solo él es tu ancla, solo él te detiene de hundirte nuevamente, él evita que te vayas.

Sabes que es solo por su conveniencia, sabes que a el es el único que le conviene que no te hundas tan rápido ante esto. El contrato que tienen es lo único que a él le importa en realidad. Eso es todo y nada más. 

Estás consiente de lo que has hecho, tus padres también lo sabían y habían aceptado que tu hicieras tal contrato con aquel mayordomo endemoniado. 

De pronto el te tomó en brazos, te sujetó fuerte y te llevó a tu habitación sin decir una sola palabra, de alguna manera te comprendía. Se te hacía extraño pero no le tomabas importancia, lo que te importaba era dejar de sentir ese dolor vacío e insoportable.

Entraron a tu habitación, aun te sorprendía su agilidad. 

Despacio, te llevó a tu cama, te acomodó en ella y te cubrió con una frazada. Como pudiste, estiraste tu brazo y sujetaste su bien planchado saco, el te comprendió en seguida. Se colocó detrás de ti, se acomodó sobre la cama y despacio te abrazó, te arrulló y te protegió como si fueras uno de aquellos mininos que el tanto adoraba. Te encogiste en tu cama, lloraste lo que te faltaba. Al fin terminaste dormida por esta noche.

***

Que pesada era la vida ahora. 

Pasó un año desde la muerte de tus padres, el mundo de las industrias te estaba volviendo loca. Atender la empresa de tu padre era un infierno, sabías que era duro, sin embargo no creíste que sería tanto.

La cabeza te daba vueltas, atender la industria de las plantaciones de azúcar te ha vuelto amargada.

De pronto, la puerta de tu despacho se abre dejando ver a tu fiel mayordomo que te trae la merienda. 

S: Señorita, es mejor que tome un descanso para comer un poco.

___: No puedo, solo deja el carrito con mi merienda aquí.

S: Claro señorita.

Sebastian dejó el carrito a tu derecha donde podrías tomarlo a la perfección. Con tu mano izquierda tomaste una taza de porcelana rosa y se la extendiste a tu mayordomo.

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