IV

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Otro día llegó tan pronto como Renjun abrió los ojos esa mañana y el dolor estomacal que le da los buenos días desde hace tanto, hizo su entrada triunfal, provocándole encogerse bajo las mantas con muchas, muchas ganas de vomitar.

El tiempo parecía pasar demasiado rápido para el estudiante, a quien no le rendía el día para estudiar todo lo que consideraba importante, metido entre libros desde que sacaba del microondas su taza de café por la mañana hasta que apagaba la luz que iluminaba la habitación hasta las doce de la noche.

Renjun no solía dormir más de seis horas y aunque más de una vez escuchó de médicos que era totalmente insano y por eso se sentía tan cansado y tan abatido en el día a día, el chico prefería utilizar cada momento disponible para mantenerse activo y no dejarse vencer por pensamientos oscuros que subían como una colmena de abejas cuyo panal ha caído y está desecho en el suelo, haciendo la misma cantidad de ruido en el interior de su mente.

A las cinco de la mañana ya había ruido en su casa, producto del fluir del agua al correr en el retrete, el microondas anunciando en un pitido que el agua estaba tibia y Renjun caminando por los pasillos hasta la mesa, donde estudiaba por anticipo la lección del día, hasta que fuera hora de irse a la escuela. No le gusta el metro y de hecho prefiere salir con tiempo de sobra para tomar el autobús lo más vacío que sea posible, aunque eso signifique salir sin luz solar de compañía y mucho frío en la nariz y las mejillas aunque fuera verano. Siempre llega primero al aula y toma su sitio al fondo, abriendo el libro que leyó todo el camino para continuar, hasta que el profesor entra y la clase comienza.

Su meta era una y no descansaría hasta llegar a ella. Costara lo que costara, aunque a veces tuviera días dónde el mundo parecía más pesado que de costumbre y se quedara bajo las mantas, presa del dormitar intermitente en el que entraba su cuerpo, agotado, pidiendo dormir un poco más, solo un poco más. Esos eran los peores días porque Renjun despertaba con el peso de la culpa oprimiendo su pecho y se miraba en el espejo, pálido y con bolsas bajo los ojos. No mejoraba después de la ducha y el tiempo parecía correr a toda velocidad en el reloj mientras el chico se aferraba a su tarea autoimpuesta de quitar el polvo de todos los muebles, llenar hojas con operaciones matemáticas y dejar el piso brillante. Necesitaba sentir que hacía algo útil después de cometer el pecado de dormir de más y no ir a clases.

Sin embargo, habían días un poco peores, esos que si pudiera colorear serían rojos, trazos desiguales y violentos sobre el papel.

Días en los que su hermano estaba en casa.

Renjun deja caer la mochila al suelo, sintiendo el nudo en su estómago haciéndose violentamente más grande y tenso a medida que escucha la voz de sus padres charlando animadamente con Yukhei en el comedor. Se lleva una mano al vientre por inercia y siente como sus rodillas se aflojan, impidiéndole mantenerse erguido por sí mismo sin apoyo en la pared más cercana.

Puede escuchar a su madre preguntarle sobre qué ha hecho, a su padre pedirle otro vaso de Soju y a su hermano contestar con ese tono de voz que le purga y le hace desear estamparle la marca de su zapato en la cara. Tan hipócrita, tan lleno de superioridad.

Renjun tiene tantas ganas de llorar como de salir corriendo, porque para su maldita fortuna su hermano salió ese día de servicio y ahí estaba, en su casa. Robando la atención de sus padres, haciéndolos sonreír como él no puede, recibiendo el amor que a él le es negado día con día.

Siendo mejor que él.

—Renjun—lo llama su padre, pero ni siquiera lo está viendo cuando lo hace. No, él jamás lo mira cuando le habla. —Ven a saludar a tu hermano.

El chico detiene sus cansados pasos hasta su habitación, con las manos hechas puños a sus costados. Gira sobre sus talones y puede ver a su madre sostener la mano de Yukhei, orgullosa.

Fuera de servicio || JaemrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora