Capítulo 2.

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NATHALIE.

—¡Wendell! —exclama con su típica alegría, Kyle, uno de mis compañeros de trabajo, extendiendo sus brazos, en los cuales no tardo en arrojarme.

En esta ocasión, su cabello color miel se encuentra bien peinado hacia atrás, y luce unos rasgados jeans, no tan ajustados, junto a una camisa oscura, debajo de un abrigo de piel. No lo culpo, yo también cubro mi cuerpo del frío de Los Ángeles con un largo suéter de lana, debajo de un sencillo vestido púrpura.

—Definitivamente extrañé mucho que me llamaran por mi apellido —aseguro, pues solo mis colegas de trabajo me nombran así.

—Yo añoraba tenerte fastidiando por aquí —alega divertido, y pellizco sus mejillas, obteniendo un ridículo puchero por su parte—. ¿Ya regresas de tus jodidas vacaciones?

Sonrío. Sin duda alguna, Kyle Gibson es un hombre especial. No es de sorprender que muchos sospechen cuando lo presentan como uno de los abogados más sobresalientes de nuestro bufete, cuando se especializa en ser espontáneo, atrevido, y muy juguetón con las personas.

—No, de hecho, lamento informarte que probablemente van a extenderse —indico comenzando a caminar detrás de él, saludando cordialmente a los empleados que nos topamos en el camino.

—Ya no estás de luto —dice cuando nos adentramos en su oficina. Cierro la puerta detrás de nosotros, y en el momento en que me giro, me encuentro con sus ilustres ojos café mirándome con picardía—. ¿Quieres más días para tirarte a ese rubio amigo tuyo?

—Te he dicho muchas veces que Xavier es solo mi mejor amigo —ruedo los ojos—. Lo que sucede es que surgieron algunas cosas sobre la muerte de mi padre, y quiero concentrarme en eso.

Kyle es uno de los pocos socios de trabajo que considero amigos, por lo cual está al tanto de los últimos sucesos en mi vida, e incluso me tomé el atrevimiento de enviarle algunas fotos de la escena del crimen, por si detectaba algo fuera de lo normal.

A veces es bueno conocer otros criterios.

—Oh, ¿hablaste con Pagano? —pregunta sentándose sobre su escritorio, y yo hago lo mismo en el asiento frente a él.

Pagano es nuestra nueva jefa, y por fortuna, es muy buena persona, nada que ver con la anterior. Normalmente no se enoja, ya que tiene un corazón de oro, pero cuando lo hace, es mejor que corran por sus vidas.

—No, decidí venir a pedir tu ayuda primero —declaro, llevando mi flequillo una vez más detrás de mi oreja.

—¿Para qué soy bueno? —enarca una ceja cruzándose de brazos.

—Seguramente para muchas cosas que me gustaría averiguar —subo y bajo mis cejas de manera sugerente—. pero hablando en serio, ¿conoces el caso de la familia Wilson?

La cuestión de tan peculiar familia, es que hace poco los padres se divorciaron, y al existir una gran disputa por la custodia del hijo, me otorgaron el deber de ser la abogada a cargo de Lilah Wilson, la madre.

—Sí, el pequeño Oliver es una ternura que todos amamos —puntualiza con una sonrisa—. ¿Por qué?

Honestamente, teniendo un niño como Oliver Wilson, es normal que todo el mundo quiera acaparar su atención. Con sus seis años recién cumplidos, es el infante más adorable que he conocido. Además, aún conservo en mi apartamento un inusual dibujo que me regaló, de lo que parecen ser unos árboles, y dos personas, que según me aseguró, somos él y yo. Es un bonito y valioso recuerdo.

—Necesito que tomes mi encargo... ¿por favor? —murmuro con la voz apenas audible.

Normalmente no entrego mis casos, por lo que, aunque no lo admita en voz alta, en estos momentos me siento un poco avergonzada.

 Inesperada Realidad ❍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora