Esos inquietantes ojos con ausencia de color enfocados en mí.
Te sentía.
Sabía que necesitabas.
Tu piel pálida se acercó con total soltura hacía mi espacio.
Lo sentía. Se que lo hacía.
Detuviste tus movimientos lujuriosos, y pudiste penetrar mi espacio íntimo.
Sé que me necesitas.
Mis más grandes caprichos se retorcían como demonios. ¡Joder! Te tenía.
Aferramos nuestras manos, y procedía a sostener tu cintura. Sí, esa cintura que tanto me enloquece.
Tu suave y fría piel colisionando con la mía hacía arder mis instintos carnales.
Tus labios... Esa maldita carne de color carmesí que posees me tomaba como león hambriento de sangre, me masacrabas. Y me gustaba.
Te tocaba. Y al hacerlo podía escuchar tu gemir invernal cerca de mis oídos.
Éstos no se trataban de gemidos comunes, cariño. Eran el cantar de la mismísima Afrodita.
¡Maldición!
Te quiero una vez más.
Te quiero un millón más.
Te quiero solo para mí.