Recuerdos futuros

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Siempre me han gustado los niños, cuidarlos y educarlos era mi vocación. Estudié para ser maestra de primaria y ejercí durante muchos años. Una generación tras otra pasaba por el aula y siempre recordaba los rostros y nombres de todos mis alumnos. En especial de uno que me dejó anonadada.

Cuando el nuevo ciclo escolar inició como todos los años, regresé a clases con la ilusión de ver nuevas caritas y mentes para moldear. El grupo constaba de una veintena de niños, todos tan diferentes entre sí y especiales. Estaba emocionada y no podía ocultarlo. Como en cada inicio de curso, me presenté ante el grupo e hice a cada niño presentarse ante los demás. Era una rutina común para entrar en confianza. Pedí a los niños dar sus nombres, su edad y una habilidad que los hiciera sobresalir del resto, de esta manera tendría una idea de cómo tratar a cada uno y si podía, impulsarlos a desarrollar mejor sus habilidades.

Las presentaciones comenzaron de forma ordinaria.

—Mi nombre es Mariana Espinoza, tengo 9 años y dibujo mucho, como mi hermano mayor.

—Yo me llamo Carlos Ruiz, tengo 9 años y sé tocar la guitarra.

—Yo soy Juan Ordoñez, tengo 8 años y sé cantar.

—Yo soy Karla Jiménez, tengo 9 años y me gustan las matemáticas...

El protocolo continuó con normalidad hasta llegar al último niño que era un poco tímido.

—Anda, no seas tímido, aquí todos somos amigos, nadie te va a burlar, dinos tu nombre.

Los demás niños comenzaron a animarlo a que se integrara al grupo y con un poco más de confianza se animó a hablar.

—Yo... yo soy Daniel Vallejo, te... tengo 8 años y yo... yo, recuerdo cuando era grande.

Su extraña confesión me confundió un poco y a los demás niños también.

—¿Recuerdas cuando eras grande? ¿No quieres decir que sabes lo que vas a ser cuando seas grande? —le pregunté para ayudarlo a aclarar sus ideas.

—No, recuerdo cuando era grande, antes de que naciera. —dijo con un tono más oscuro y con más seguridad.

—¿Qué quieres decir con eso? Explícanos. —le insté con creciente curiosidad.

—Antes de que naciera como Daniel, unas vidas atrás fui un bombero que apagaba muchos incendios, pero un día me quedé atorado en un edificio y me morí quemado.

Debo admitir que su confesión me dejó un poco asustada e intuí que la imaginación de este niño era su mayor proeza. Volví a preguntarle.

—Además de ser bombero, ¿recuerdas otras vidas?

—Sí, una vez fui un buzo que se ahogó porque una corriente me arrastró hasta el fondo del mar; otra vez fui un corredor de coches de carreras que chocó y murió aplastado y otra vez fui un político que mataron porque hablaba mucho.

Lo que me sorprendió de todo lo que aquel niño me contaba no era precisamente que recordara todas esas vidas, sino que en todas había muertes trágicas y pensé que este pequeño necesitaba urgentemente atención psicológica, no podía estar pensando en la muerte y esas cosas desde tan temprana edad.

Quizás el niño notó mi incredulidad y se atrevió a decir.

—Ya sé que no me creen, pero es verdad.

—No dije que no te creyera, chiquito, pero lo que dices no es normal, te voy a llevar con una amiga para que hables con ella un ratito, ¿sí?

—Bueno, pero hay otra cosa que debo decir, y es que te conozco desde antes —me dijo cambiando la expresión en su carita.

—¿De dónde me conoces? —le dije.

—Es que yo era tu papá antes de que lo mataran.

—¡Pero ¡qué estás diciendo, niño! ¿tú cómo sabes eso? —le reprendí.

—Porque yo era tu papá, era policía y unos ladrones me dispararon cuanto traté de detenerlos.

Lo que decía era verdad, mi padre fue un gran policía que fue asesinado cuando detenía a un par de delincuentes armados, quizás hubiera escuchado la historia por parte de sus padres u otra persona, ya que la noticia estuvo dando vueltas en los periódicos y la televisión local por semanas, pero eso fue hace muchos años, mucho antes de que él hubiera nacido. Eso no significaba que su historia fuese cierta. Pero sí provocó que me enojara con él.

—¡Ya basta de cuentos! No es gracioso lo que dices.

En ese momento hizo algo que nadie más sabía, algo que era muy mío y de mi padre, comenzó a cantarme una canción que mi papá especialmente había compuesto para mí. En aquel momento mis ojos se llenaron de lágrimas y le pregunté:

—¿Cómo conoces esa canción, nadie más la conoce?

—Ya se lo dije, maestra. Yo era su papá, yo la escribí para ti, por eso me la sé —me dijo mientras venía hacia mí, me abrazaba y comenzaba a llorar. Los demás niños estaban bastante confundidos.

—¿Por qué estás llorando? —le dije entre sollozos.

—Porque... porque sé lo que fui cuando era grande, y también sé lo que voy a ser cuando sea grande esta vez.

—¿Y por eso lloras? No te preocupes, chiquito, es bueno que sepas lo que quieres ser —traté de consolarlo mientras asimilaba que aquel niño era mi padre reencarnado.

—No me entendiste, sé lo que voy a ser, no lo que quiero ser.

—¿Y qué es lo que vas a ser esta vez? —le pregunté con creciente temor.

Daniel me miró a los ojos un momento, volteó y miró a sus compañeros también, luego me abrazó con fuerza. Quedé petrificada cuando entre llanto dijo:

—Voy a ser un asesino esta vez, maestra. Y los voy a matar a todos ustedes, comenzando con usted...

Cuentos OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora