Retroceso

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—Vistan a la niña con las mejores prendas y joyas. Maquíllenla como la princesa que es y denle de comer todos los manjares que quiera. Déjenla divertirse y pídanle que entregue el mensaje para nuestra salvación cuando llegue la hora.

Así hablaba el anciano sacerdote desde la cúspide de la Pirámide del Sol a todos los feligreses que se reunían en la base para escuchar al intermediario de los dioses como no se había visto desde tiempos de la gran Tenochtitlan.

México recibió un gran golpe durante la guerra al estar tan cerca de los Estados Unidos. Cuando la nación del norte fue devastada, los efectos colaterales de los bombardeos afectaron al país azteca hasta hacerlo sucumbir y devolverlo a un estado primitivo en el que los dioses y las figuras antiguas revivieron con mayor fuerza y volvieron a tomar su trono en el panteón mexicano.

Sin embargo, todos saben lo que conlleva el regreso de los dioses prehispánicos: sacrificios, sangre y vidas humanas. Sólo ellos pueden salvar a un país sumido más allá de un nuevo oscurantismo; sólo los dioses pueden ayudar a un pueblo desvalido y al borde de la extinción.

La tierra está seca y los cultivos están muriendo, necesitan agua a toda costa. La vida no tardará en apagarse como el sol en el horizonte, y es el momento exacto para realizar el ritual; antes de la muerte del quinto sol.

Llaman a la niña elegida, la encargada de restablecer el orden intercediendo ante los dioses por nosotros. No tiene más de doce años y permanece serena y estoica como un adulto; se siente orgullosa de tal honor, no teme, pues sabe que, con su sacrificio, la vida volverá a florecer y el agua correrá instantáneamente como la sangre por nuestras venas. Una virgen que se entrega por voluntad propia para salvar a la humanidad.

Sube la pirámide con paso solemne y en silencio. En su mirada se observa imperturbabilidad y determinación pétreas. El sacerdote, bañado en la sangre de anteriores rituales, la espera con una sonrisa y cuchillo de obsidiana en mano. Esta vez debe funcionar, se dice. Toma a la niña por una mano y la guía con cordialidad hasta la piedra de sacrificios.

El sacerdote le da un suave beso en los labios y con la ternura con la que se trata a una amante la desviste hasta dejarla completamente desnuda, mostrando su virginal e inmaculado cuerpo ante la humanidad y los dioses. La recuesta con delicadeza sobre la piedra ceremonial y le pide cerrar los ojos ante el acto barbárico que está a punto de acontecer.

La niña lo mira a los ojos por un momento y, sin titubear, accede y hace lo que le ordenan. Respira con tranquilidad y se deja llevar por el sonido del viento, el rumor de algunas aves y el canto de la gente que le aclama. Esta noche se unirá a los dioses y les entregará el mensaje que salvará a su pueblo.

El sacerdote se sitúa ante ella y, justo antes de que el sol se ponga y muera, clava el cuchillo en el pecho de la pequeña y, con la maestría de un carnicero, le arrebata el corazón aún palpitante al tiempo que lo levanta al cielo y lo ofrece a las divinidades paganas.

La gente aúlla emocionada, la salvación está a punto de llegar en forma de agua, cultivos, vida. Sin embargo, el sol se pone, la noche llega y cubre al mundo con un manto de lúgubre oscuridad. De repente, silencio y el frío inundan a la población. No ocurre nada. El ritual fracasó de nuevo y la muerte ronda más hambrienta que nunca. Quizás el espíritu y la sangre de la niña no fueron bien recibidos en el más allá o la ofrenda no fue suficiente. Hay que satisfacer a los dioses para que la vida renazca.

La gente llora angustiada y se desborda en llanto, pero pronto, todo vuelve a ser silencio, pues un niño ha dado un paso al frente de entre la multitud y se acerca decidido hacia el sacerdote.

Cuentos OlvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora