En el momento que crucé el umbral de la casa de mis tíos en Alemania, una sensación de desasosiego se apoderó de mí. Algo dentro de mí sabía que nada saldría bien. La escena que se desplegó ante mis ojos me heló el corazón: mis padres sentados en la salita, tomando el té con una tranquilidad que me pareció cruel.
Su mirada se posó en mí, y por un instante, vi una sombra de sorpresa en sus ojos. Pero rápidamente, la disimularon con una sonrisa forzada. Me dolía que no pudieran mostrar su verdadera preocupación por mi bienestar. Me dolía que no pudieran ver más allá de su propia indiferencia.
El resto de la tarde la pasé encerrada en la habitación de mi prima, esperando en vano que mis padres se dieran cuenta de mi sufrimiento. Esperando que se les accionara el interruptor de la preocupación, que se les ocurriera que su única hija estaba sufriendo. Pero la puerta que llevaba horas viendo con anhelo no la abrieron ellos.
Fueron mis tíos quienes finalmente la abrieron, sus rostros llenos de comprensión y empatía. No necesitaron preguntar cómo me sentía; lo sabían. Lo veían en mis ojos, en mi postura, en mi silencio. Sabían que jamás tendría la aprobación de las únicas personas a quien yo amaba.
Su silencio fue un abrazo, un gesto de solidaridad en medio de la indiferencia de mis padres. Me sentí comprendida, pero también me sentí rota. Rota por la falta de amor y comprensión de aquellos que deberían haberme brindado todo su apoyo.
En ese momento, supe que mi dolor no tenía fin. Que mi búsqueda de aprobación y amor sería una lucha constante. Pero también supe que no estaba sola. Mis tíos estaban allí, dispuestos a escucharme, a abrazarme, a amarme sin condiciones. Y eso, por lo menos, era un consuelo en medio de la oscuridad que me rodeaba.
Con miradas furtivas y alegría, mis tíos me llevaron abajo para cenar juntos. La tensión que había sentido anteriormente se disipó un poco al ver sus rostros sonrientes y llenos de preocupación por mí.
—Katia, ¿qué pasó? —preguntó mi tía—. Tu apariencia... parece que has pasado por un infierno.
Mi tío asintió, su mirada seria quiso saber. —Sí, hija, explícanos.
Respiré hondo y comencé a contar mi historia. Les conté sobre cómo mi carrera como modelo de élite se había venido abajo después de un incidente que me había dejado con una reputación arruinada.
—Dorian, mi mejor amigo, trató de ayudarme —dije—. Pero incluso él no pudo evitar que los directores me dejaran ir.
Mi tía frunció el ceño: —¿Y qué hay de Leila? —indago—. ¿La joven que te ayudó?
—Ella es increíble —exprese—. A pesar de apenas conocerla, me demostró que significa justicia y va de la mano con lealtad. Y lo mejor es que Dorian está enamorado de ella.
—Parece que tu amigo ha encontrado a alguien especial —Mi tío sonrió.
—Sí —respondí—. Y me alegra por él. Dorian es un gran tipo y se merece alguien como Leila. Ella es la única que puede hacer que él sea feliz.
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FORZANDO TU AMOR ©
RomanceSe dice que en la vida de una mujer llega 3 hombres: su primer amor, el amor de su vida y su alma gemela, pero que sucede cuando cupido y destino hacen de las suyas. _____________________ 𝚃𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚛𝚎𝚌𝚑𝚘𝚜 𝚛𝚎𝚜𝚎𝚛𝚟𝚊𝚍𝚘𝚜 © No...