Capítulo 24

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Leyre se apoyó en el marco de la puerta y observó a Zaida. Después de cenar se había encerrado en la habitación para buscar el conjunto ideal para esa noche, tenía que admitir que la rubia tenía razón, no iba a tener que preocuparse por la ropa si total terminaría sin ella de todos modos.

—Estás muy guapa, no te rompas la cabeza.

La morena sonrió de lado y volteó a verla nada más escucharla.

—Lo dices porque eres mi amiga —se mofó, poniendo sus manos en su cintura—. ¿Me maquillo?

—Si eres de esas a las que le pone el maquillaje corrido, pues adelante, porque debes de tener en cuenta que así es como acabará.

—No lo había pensado de ese modo —alzó sus cejas un tanto divertida—, quizá merece la pena probarlo.

Sacó el eyeliner y se lo extendió a Leyre para que fuera ella quien le hiciera la raya en ojo. Ella tenía muy mal pulso, cuando lo hacía solían quedar diferentes. En cambio, su amiga tenía menor mano en eso, aunque no fuera fan del maquillaje, su trazo siempre quedaba a la perfección.

Sonrió mientras delineaba, no lo había hecho muy grueso, todo lo contrario, era una línea bastante fina que después remarcó.

—Ya estaría —susurró, mientras que con su otra mano tomaba el rímel para aplicárselo a sus pestañas y que estas se vieran más largas—. Vas a hacer que se corra sin que te ponga una mano encima.

—Esa podría ser una respuesta de Cyara o mía, pero jamás pensé escucharla de ti —admitió, soltando una risita por lo bajo.

—Pasar tiempo con vosotras me está afectando —se burló—. ¿Va a venir a por ti?

—Si, eso creo —pasó sus manos por la americana blanca de su traje y sonrió embobada—. Madre mía, no sé en donde me estoy metiendo.

—En el infierno, Zaida —bromeó al tiempo que guardaba los utensilios de maquillaje—. Aunque eso ya lo sabías y no te importó lo más mínimo, creo que está de moda eso de quemarse.

—Debe de ser —sacudió ligeramente su cabeza.

Todavía no se le olvidaba el tema de su amiga, que casi la privaba de arder de su mismo fuego. Lo había hecho sin la más mínima maldad, no quería que el fuego la abrasara y todo quedara calcinado por las llamas de una pasión que se confundió con amor.

Hay que dejar arder, que cada quien domine su hoguera.

Soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo y se acercó a la ventana de la habitación para observar el exterior. Ya había oscurecido, y eso que en verano tardaba en hacerse de noche. La luna no era visible, estrellas tampoco había, era un paisaje simple, Zaida se atrevería a llamarle aburrido. Bajó la mirada del cielo cuando el ruido de un coche llamó su atención, le fue inevitable sonreír cuando vio que era el de Alan.

—Ley, me voy —avisó, se acercó para besarle la mejilla y después corrió hasta la puerta, los tacones no iban a ser un impedimento para sus prisas.

A Alan no le dio tiempo de bajar del coche, no pudo evitar reír cuando Zaida se subió en el asiento de acompañante, para él estaba guapísima como de costumbre, pero su ansiedad era lo que más llamaba su atención, tal vez era una cualidad a la que nunca se acostumbraría.

—El blanco te queda divino —halagó—, ya es costumbre verte de traje, la princesa está cambiando las reglas de la realeza.

—Con el traje estoy más guapa.

—No —interrumpió de inmediato—, tú estás guapa con todo y sin nada.

—No puedes ser romántico si no pones algo picante en la oración, ¿no?

—Lo vas entendiendo —murmuró con diversión—. En realidad puedo ser todo un romántico, Zaida, pero no lo soportarías con lo sensible que eres y, en definitiva, es muy pronto para hacerte llorar.

Ella sonrió hasta que reparó en sus palabras, lo miró con las cejas alzadas esperando una explicación que él no sabía que tenía que darle.

—Alan —llamó su atención—. ¿Has dicho algo sobre hacerme llorar?

—Si, si que lo he dicho.

—¿Ya tienes planeado hacerme llorar? —se cruza de brazos—. No seas un cabrón.

—Oh, princesa —soltó una carcajada—, no estamos en la misma línea. A las personas no se les hace llorar rompiéndole la estabilidad emocional, no te confundas. Me gusta cuando las lágrimas son de algo más profundo, de romper límites, por ejemplo.

—Oh —emitió, avergonzada por haber pensado mal de él desde un primer momento—. No sé si conseguirás eso.

—Cuando el placer se vuelve más intenso que el dolor, las lágrimas son involuntarias —le guiñó un ojo—. Así que no te sorprendas si el maquillaje termina corrido por tu rostro.

Ese era el plan.

Se mordió los labios para no mostrar la tonta sonrisa que amenazaba con dibujarse allí. Desvió la mirada a la ventanilla, que aunque se veía más bien poco del exterior, servía para distraerse mientras no llegaban al club y emprendían la aventura de esa noche.

—Quiero presentarte a alguien importante para mi —dijo en cuanto aparcó el coche—. Ya lo conoces, pero creo que no has tenido la oportunidad de hablar con él.

—Y no sé si quiero tenerla.

—Me encanta tu optimismo, Zaida, eres de lo que no hay —niega con la cabeza y se baja del coche, ella aprovecha ese momento para resoplar sin que él se dé cuenta, tras hacerlo también se baja y cierra la puerta intentando que no sea con mucha fuerza—. Anda, las damas primero.

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